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Analistas 08/07/2013

Prosperidad con límites

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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Hace más de 40 años, se publicaba uno de los libros más repudiados por los economistas, fruto de una comisión de trabajo al MIT: “Los limites del crecimiento”. El texto original ha dado lugar a más de 50 reportes desde entonces, ajustando y enriqueciendo la visión de un planeta finito en donde, por más que innovemos y nos reorganicemos, los recursos (entendidos ahora de manera mucho más amplia) no alcanzarán para sostener a una población siempre creciente. 

El problema de la noción del límite planetario, además de que es molesto en términos del ego humano, es que es global y por tanto, se percibe o acepta de manera asimétrica entre las naciones. El argumento político actual bajo el cual operan países como China, India, Brasil y casi todo “el sur”, es que no es justo que unos hayan crecido y ahora, por razones “ambientales” se quiera limitar nuestro crecimiento, gracias al cual se estaría erradicando la pobreza. Es la filosofía de las locomotoras colombianas, con réplicas equivalentes en todas partes. 
Quienes reportan en la Wikipedia el trabajo del Club de Roma (que continúa existiendo y trabajando, accesibles en su sitio web) se toman una licencia poética al afirmar que “el crecimiento económico de los últimos cuarenta años es una danza en los bordes de un volcán”, para reiterar lo que otras decenas de tanques de pensamiento están diciendo: el planeta tiene límites. El profesor Johan Rokström, director del Centro de Resiliencia de Estocolmo, habló frente a la Asamblea General de la ONU en días pasados, para referirse al “espacio planetario de navegación segura”, reconociendo que el reto más importante para todos es el de la superación de la pobreza dentro de esos límites. Colombia planteó en Río +20 la necesidad de trabajar sobre unos Objetivos de Desarrollo Sostenible, una idea secundada por algunos países pero que naufraga en los corredores de la diplomacia y la retórica global. Sin embargo, aunque esto suceda, el país debería dar muestras de consecuencia con su propuesta y construir un compromiso de crecimiento con límites, algo de lo cual se habla hoy vagamente cuando se hace referencia al respeto por el ambiente.
El “ecodesarrollo” de los 80 implicaba no superar la biocapacidad del territorio: no comerse la comida ni la capacidad de producirla de las futuras generaciones. En más detalle son 8 los umbrales definidos por los suecos para garantizar la sobrevivencia humana en la tierra, con un horizonte de apenas una generación  “tenemos diez años para cambiar de rumbo”. Dos de ellos están claramente superados: las emisiones de CO2 (vamos por 400 ppm, 50 por encima de lo debido) y la megaextinción de especies (100 veces más rápida de lo normal). Otros en el borde: la contaminación por exceso de nitrógeno y fósforo (eutroficación), la acidificación del mar, la disponibilidad de agua y tierra productiva, la capa de ozono (www.stockholmresilience.org).
La discusión para Colombia es cómo construir un espacio de operación seguro mientras el cambio va ocurriendo: ¿cuántas represas realmente necesitamos? ¿puertos, autopistas, ferrocarriles, etc? ¿qué tantas hectáreas de la altillanura incorporamos a la producción masiva de alimentos, de agrocombustibles? ¿qué exportamos, qué producimos? ¿cómo intervenimos la expansión urbana? Las preguntas nos tienen que hacer reflexionar acerca de las decisiones endógenas que debemos asumir para la construcción de bienestar social a largo plazo, en complemento con aquellas en las que debemos exigir a otros países modificar su comportamiento, en una actividad de negociación mucho más decidida y menos retórica: tenemos la legitimidad como país megadiverso. 
El debate es profundo, pero ya no puede ser largo, no queda tiempo. Una parte será en Medellín, en octubre de este año, cuando se reunan 80 expertos de un número equivalente de naciones, en un “diálogo de conocimiento”, para construir una propuesta operativa que ojalá sirva de base para el próximo plan de desarrollo, que si es reelectoral, merecería llamarse “prosperidad limitada”. 

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