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Analistas 17/08/2016

US National Parks Service: muerte por amor

Brigitte Baptiste
Rectora de la Universidad Ean
La República Más
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El próximo 25 de agosto se celebrará en Yellowstone, el área protegida insignia de los Estados Unidos de América y modelo de muchas, el primer centenario del servicio nacional del sistema de parques de ese país. La discusión central de la conmemoración será la el riesgo de “muerte por amor”: los grandes parques no aguantan un visitante más y eso que estamos hablando de áreas gigantescas como el Cañón del Colorado o Yosemite. Claro, no solo les preocupa el exceso turístico, porque allá también hay amenazas mineras y petroleras, y agrias disputas por los derechos de administración.

El punto central es la economía del sistema. Según un artículo reciente del NYT, del cual casi copié el título, la historia de los parques ha estado marcada ante todo por la indiferencia del Congreso, a pesar del símbolo nacional que representan, su contribución en beneficios a la calidad de vida y su rol en la recreación y educación. El sistema recibe cada vez menos inversiones y se debate entre subir las tarifas de visitantes (un gesto claramente antidemocrático) o reformar la norma de financiación pública. Esta opción está basada en un estimado de aportes del sistema de US $32 billones (millardos de Colombia), que incluyen US $16,9 billones de compras en las comunidades aledañas además de la generación de 295.000 empleos: una tasa de retorno de $10= por cada dólar público invertido, un indicio claro de un buen negocio social y financiero.

El debate es similar en todas partes del mundo. Los Estados no ven con interés la inversión en conservación y gestión de las áreas protegidas porque estas califican como simple gasto. La percepción creciente de injusticia es similar a la que se sentía hace unos años en Galápagos, que sostenía todo el sistema ecuatoriano, pero no recibía nada, con lo cual amenazaba ruina. La gallina de los huevos de oro en Colombia son las Islas del Rosario y Tayrona, centros de economía pseudo ecoturística donde cada “operador” hace más o menos lo que le da la gana, a pesar de los inmensos esfuerzos y sacrificios del personal de Parques Nacionales. 

Colombia en paz indudablemente atraerá varios millones de esos turistas que no caben en el Gran Cañón y querrán visitar Chiribiquete, un rival escénico como pocos. Y si Bahía Solano cuenta con el turismo comunitario de Josefina Klinger, los llanos con una red de Reservas Privadas como Bojonawi, Hato La Aurora, Fundación Palmarito o la Estación La Palmita, es evidente que hay espacio para decenas más. Pero hay que ser concientes de que el ingrediente central de la economía del ecoturismo en las áreas protegidas, curiosamente, no es el paisaje: es el conocimiento vinculado. Al principio, subyuga a escena, es cierto, pero inmediatamente la gente comienza a hacer preguntas, consecuencia natural de la conexión biofílica de los humanos con la exuberancia vital que extrañamos en un mundo urbano. ¿Y cuántas veces no les han sorprendido los relatos acerca del origen alienígeno de las estatuas de San Agustín, o les han indignado las invenciones de “guías” turísticos ávidos de propinas, pero que no distinguen una danta de un chigüiro? 

El reto de la economía de las áreas protegidas no es cuadrar el negocio, es ofrecer conservación y educación significativas, y para ello el sistema colombiano debe aliarse con los institutos de investigación del Ministerio de Ambiente y construir una perspectiva conjunta consistente. De lo contrario, mataremos nuestros parques…por amor.

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