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Colombia está atrapada en una conversación estéril. Mientras el país necesita hablar de cómo producir riqueza, generar empleo, atraer inversión y crear oportunidades para todos, seguimos girando en torno a las salidas de tono, las malas ideas y los ataques constantes del presidente. Cada tuit incendiario, cada discurso delirante, cada provocación ideológica marca la agenda ¿Hasta cuándo?
La política no puede seguir funcionando como una reacción a los estados de ánimo de Petro. Cada vez actúa menos como un líder racional (si es que alguna vez lo fue) y más como un predicador atrapado en su propio relato, convencido de que tiene una misión histórica y de que todo el que no lo siga es su enemigo. Y mientras tanto, la oposición política, empresarial y de opinión sigue enredada respondiéndole.
Colombia necesita salir de ese bucle. Entender que seguir enfocados en él es una pérdida de tiempo. No estamos ante una discusión ideológica con alguien abierto al debate. Estamos frente a un caudillo desconectado de la realidad, obsesionado con imponer su visión sin escuchar a nadie. Y mientras seguimos discutiendo sus ocurrencias, se nos va la oportunidad de hablar de lo que realmente importa: cómo enriquecer al país.
Ese es el debate que vale la pena: cómo hacer de Colombia una potencia emprendedora, productiva y libre, que le permita a los colombianos tener más dinero en el bolsillo y que les alcance para más. Cómo construir instituciones que protejan la propiedad privada, garanticen seguridad física y jurídica y promuevan la innovación. Cómo tener un Estado pequeño, eficiente y funcional, que sea un árbitro imparcial y un facilitador de la creación de riqueza, no este monstruo burocrático, corrupto y estorboso que tenemos hoy.
El futuro no está en manos del Estado. Está en las decisiones que toman los ciudadanos cuando tienen libertad para actuar, crear, cooperar, invertir, contratar, competir. Necesitamos un país donde progresar no sea privilegio de pocos, sino posibilidad de todos. Y eso no se logra desde Estado, sino desde la libertad.
Tenemos que cambiar la conversación. No más discusiones sobre cómo repartir lo poco que hay. Hablemos de cómo crear más. No más discursos sobre cómo frenar a los que producen. Hablemos de cómo multiplicarlos. No más retórica sobre igualdad impuesta. Hablemos de oportunidades abiertas. No más ataques a los únicos generadores de riqueza: los empresarios. Menos mentalidad de víctima y resentimiento; más orgullo de sobreviviente y respeto por el éxito ajeno.
El progreso no es un milagro. Es el resultado de una sociedad libre, con instituciones que funcionan, reglas claras, incentivos correctos y confianza en el individuo. Es hora de creer en eso. No con discursos vacíos, sino con propuestas concretas: menos regulaciones, menos impuestos, más competencia, más innovación, más riqueza. Menos clientelismo, más mérito. Menos burocracia, más empresa.
Petro no puede seguir marcando la agenda del país. Sus ideas, además de peligrosas, tienen que volverse irrelevantes frente al futuro que necesitamos construir. Cada minuto dedicado a sus provocaciones es un minuto perdido para hablar de lo que de verdad mueve a una nación hacia adelante: la libertad, la función empresarial, la innovación, el crecimiento económico.
Colombia no necesita más confrontación. Necesita una visión. Una alternativa clara. Un nuevo relato, no contra alguien, sino a favor de un país libre, próspero y abierto al mundo.