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El pasado domingo, Colombia presenció un resultado electoral que, en buena medida, ha infundido un renovado sentimiento de esperanza y optimismo. Las principales capitales de nuestro país votaron a favor de líderes que se alejan de ideas populistas trasnochadas y condenan la visión de quienes ocupan la Casa de Nariño actualmente: ideas que han generado miseria y hambre en las regiones del mundo donde se han implementado. Además, esta elección se posiciona como un rechazo contundente al discurso de odio promovido por gobernantes locales, como el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero. A lo largo de su gestión, Quintero pareció priorizar la confrontación con ciudadanos que exigían responsabilidad, por encima del bienestar y progreso.
Para aquellos que, como nosotros, defendemos la libertad, estos resultados son, sin duda, un resplandor de esperanza. Sin embargo, no podemos caer en la complacencia. He argumentado en numerosas ocasiones que, a menos que haya un cambio de mentalidad colectiva en Colombia, una elección positiva simplemente disminuirá, pero no detendrá, nuestra pérdida de libertades. Por ende, nos encontramos en un camino largo y sinuoso hacia la construcción de esa sociedad próspera y libre que tanto anhelamos.
Un desafío fundamental radica en el ámbito de nuestras percepciones culturales y sociales. En Colombia, un segmento considerable de la población ve con recelo el éxito. Hay quienes asocian el lucro con lo inmoral, tildan a los empresarios de villanos y perciben el comercio y los negocios como actividades que benefician a unos pocos en detrimento de la mayoría. En este panorama, incluso los políticos con mejores intenciones, aquellos que promueven la libertad y el progreso, enfrentan obstáculos considerables. Sienten la necesidad de adecuarse a este marco de percepciones para ganarse la confianza del electorado.
Por lo tanto, si aspiramos a que nuestra sociedad sea verdaderamente exitosa, es esencial que la alineemos con el éxito. Debemos aprender a valorar y celebrar las victorias ajenas, en lugar de mirarlas con envidia o desconfianza. Más que enfrentar a aquellos que han triunfado, deberíamos inspirarnos en ellos, aprender y edificar sobre sus logros.
Entender esto nos lleva a una verdad palpable: cambiar líderes políticos, por más mejores que sean, es un paso necesario, pero no la solución completa. Precisamos un cambio más profundo: uno que refleje una mentalidad y actitud que valore, proteja y exija libertad. Una que comprenda que no son los políticos quienes forjan la prosperidad, sino el esfuerzo y el espíritu libre de la gente.
Es imperativo que no depositemos todas nuestras esperanzas y aspiraciones en figuras políticas que emergen cada cuatro años. En lugar de ello, cada colombiano debe comprometerse con su destino y trabajar día a día por el país que desea. La libertad no debe ser un ideal circunscrito a tiempos electorales. Debe ser un valor constante que guíe nuestro actuar cotidiano. Como acertadamente expresó Thomas Jefferson, “El precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Al horizonte se vislumbra un desafío a largo plazo, uno que no puede ser liderado únicamente por políticos. Debe ser encabezado por instituciones de la sociedad civil, como Libertank, que siembran esa mentalidad de éxito y prosperidad, asegurándose de que las bases de la prosperidad prevalezcan independientemente de quién gobierne.