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Tuve la fortuna de disfrutar de mi primer trabajo en Coltejer, empresa pujante y de tradición en el país.
Miles de personas pasamos por allí dejando excelentes amigos y recuerdos que me llenan de nostalgia, porque son muchas las familias que debemos agradecer a esta compañía que por años generó empleo y que llegó a tener más de 16.000 empleados.
Me pregunto el porqué de su desaparición, no solo de Coltejer, sino de otras empresas como Tejicondor, Riotex, Vicuña, Coopantex y otras más que hicieron de Medellín la capital textilera de Colombia. Pero, infortunadamente, las que aún quedan vivas tienen dificultades, como le sucede a Fabricato, y es que a partir de estos ejemplos, encuentro distintos motivos para que no puedan cumplir con el desarrollo anhelado.
Estos factores adversos están vinculados a una apertura económica mal planificada; sin analizar costos de mano de obra, condiciones salariales por el pago de horas extras, el alto valor de las tintas importadas, costos del agua y energía, que ponen a la industria textil nacional en condiciones desfavorables para competir con los contendores del Lejano Oriente. Además de esas desventajas ante “rivales” externos, se suma el contrabando, unido a la corrupción como otro elemento que afecta al sector. Se calcula que 30% de la venta de telas de jean “denim blue”, en Colombia, ingresa de forma ilegal.
Otro componente importante dentro de la competitividad, es el bajo control ambiental que tienen países como China e India, comparado con los altos costos, requisitos y controles que por fortuna existen en el país. Naciones como las anteriormente mencionadas son reconocidas en el mundo por tener más antidumping, sin competir de tú a tú con la industria textil.
Ningún gobierno nacional, desde la apertura económica, ha entendido que se creó un desbalance porque no hay una política firme que ayude, proteja e integre toda la cadena de la producción textil. No se ha comprendido a cabalidad que los sobre aranceles deben ser, tanto para las telas como para los hilos, según opinan los expertos consultados.
Hay un desbalance y falta de mayor integración, que va desde el apoyo para la siembra de algodón –antes se tuvieron cultivos de grandes extensiones en los departamentos de El Cesar, Córdoba y Tolima-, a las hilanderías y la protección a la industria nacional textil. Mientras en otros países como México, Perú, Brasil y entre otros, se decretaron elevados aranceles a la importación de telas, en Colombia se concentra más en la defensa a la confección. Se necesita un amparo integral que vaya a la par, tanto para la industria de la confección como la textil.
Otro punto importante a tener en cuenta, es que la antigüedad de compañías como Coltejer, generaron altos sobrecostos laborales, sumado a que, en algunos momentos, el mismo sindicato hizo más parte del problema que de la solución. El cambio de propietarios, no permitió concretar unas políticas y estrategias permanentes para afrontar los nuevos retos y necesaria adaptación. Y para rematar, la parálisis durante el Covid 19 incrementó el déficit económico.
A las anteriores condiciones adversas, súmele las altas cargas tributarias, que ponen a Colombia como una nación poco atractiva para la inversión, bien sea nacional o extranjera. La falta de competitividad terminó por desaparecer a este emblema de la cultura industrial de nuestro país, que produjo las mejores telas y diseños que vistieron a miles de compatriotas.
A partir de esta cruda lección, solo espero que no se sumen más empresas a la lista, como consecuencia de la alta inflación, las tasas de interés por la nubes, el bajo crecimiento económico, la pérdida de poder adquisitivo de nuestra moneda, la incertidumbre política derivada de la nueva tributación y la falta de entendimiento de los gobiernos para procurar una ayuda integral a la industria de los textiles.
Serán muy pocos los que en un futuro cercano podrán hablar sobre la gran y ejemplar historia de Coltejer como una pujante factoría textil del siglo pasado, esa que empleó y entregó un digno sustento –incluso hasta casas- a miles de antioqueños, porque para las nuevas generaciones solo será el nombre de un edificio ubicado en el centro de la ciudad de Medellín.
¡Solo quedarán los recuerdos, lastimosamente!