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Analistas 10/01/2020

La tierra se recalienta porque se nos enfrió el corazón

Carlos Ballesteros García
Gerente de Bike House
Carlos Ballesteros

A pasos agigantados estamos acabando brutalmente lo que de manera sabia nos regaló la naturaleza, y lo peor, es que no queremos abrir los ojos ante el desastre. ¿Cuántos árboles más debemos talar, para darle paso al capitalismo salvaje y que con ello desaparezcan las fuentes de agua y vida?

En medio de este desbalance ecológico, miles de animales tendrán que seguir
migrando en busca de un nuevo hogar, porque la basura humana y sus acciones demoledoras están arrasando con todo a su paso. Si primero fue la madre naturaleza, no tiene sentido que nosotros, seres supuestamente racionales, estemos destruyendo lo más sagrado, la conexión más profunda entre el ser y las leyes básicas de la existencia.

¿En qué momento pusimos por encima de lo esencial, la política, la economía, la raza, la religión, la riqueza, dejándonos esclavizar por las ideologías, perdiendo la esencia, sin importar las consecuencias de la destrucción y el caos? De muchas maneras la tierra nos habla con ríos convertidos en desiertos, tierras infértiles, bosques en llamas, animales calcinados, especies en vías de extinción, ciudades ardiendo, contaminación por todos lados, pero absurdamente no logramos entender el mensaje. ¡Qué panorama tan funesto les espera a nuestros hijos!

La razón más clara para llegar a este espeluznante estado de cosas, en mi
concepto, es el afán desmedido por el bien individual por encima del bien común, porque en el capitalismo salvaje todo se vale sin importar las consecuencias de nuestros actos.

El fondo de todo esto, está íntimamente ligado a una educación perversa desde temprana edad, orientada solo al éxito, a ser el número uno sin importar cuánto daño hacemos para obtener el logro individual, sin preguntarnos dónde está nuestra alma. La verdadera riqueza no se mide en términos de acumulación, sino a cuántas personas que han pasado por nuestras vidas les hemos ayudado de forma generosa, sin protagonismo, sin ruido, porque aquel que da para luego mostrar orgullosamente su caridad, es un vil ególatra que solo quiere recibir likes y aumentar su inflamado yo.

No tomamos consciencia de nuestros actos, porque lo hacemos desde el
pensamiento, que a su vez está condicionado por el ego, en lugar de asumir
decisiones desde la autenticidad del ser, que dicta un bien común.
En el mundo de hoy, sus llamados habitantes están más preocupados por las
cosas banales y materiales que por la esencia misma de la plena existencia. Muy pocos entregan amor incondicional, regalan verdadera calidad de vida y tiempo a sus hijos y padres solitarios. La guerra es contra el tiempo, en la que ni se dedica al autocuidado, porque en esta carrera desmedida solo importa llegar primero. ¿Y para qué si todo va a terminar?

Se perdió el significado del disfrute, porque ahora se mide en términos de cuántos y qué tan lejos son los viajes y bienes materiales, en lugar de enseñarles a nuestros hijos que en el más simple contacto con la naturaleza está la felicidad. Esta es una importante lección que nos dejaron como legado nuestros abuelos, quienes nos mostraron que un día de campo, alrededor de un río, con perros, vacas y pájaros, orquestando el ambiente, mirando un lindo atardecer, genera momentos mágicos que no entiendo por qué se olvidaron.

La inversión en el tiempo de recreación y disfrute de los niños de ahora, se malgasta en tecnologías que cada vez más los desconectan de la esencia y goce de lo verdaderamente simple. En el otro lado de esta candente cadena, están muchos empresarios que luchan solo por los números, sin que esté de por medio la sostenibilidad ambiental. Lo único que importa son las ventas, porque hay que crecer a toda costa y es la única meta. Todos deberíamos generar de manera responsable y creativa soluciones a la contaminación, así como se llevan a cabo acciones en procura de mejores y más rentables productos.

Si supuestamente somos seres que pensamos, sentimos, vemos, escuchamos, hablamos y olemos, ¿por qué diablos aún consumimos agua en botellas plásticas, usamos pitillos y vasos desechables, bolsas, aerosoles, no ahorramos agua y seguimos cometiendo más actos que atentan contra el equilibrio del medio ambiente, que casualmente está ya por la mitad?

El nivel de conciencia colectiva es tan bajo que únicamente nos preocupamos por nuestro bienestar, sin importarnos el de los demás. Estamos desconectados con la madre tierra y nos interesa poco su existencia. Los polos se derriten, el mar se calienta, sus aguas están infestadas de basura y desechos, los peces mueren y los que quedan tienen sabor a plástico.
¿Cómo más nos debe hablar la naturaleza, para entender que se está muriendo?

Las futuras guerras serán por el agua, la hambruna será la nueva condición del
habitante terráqueo y el capitalismo salvaje se extinguirá cuando ya sea tarde, porque la vida humana también desaparecerá. Pasarán millones de años para que la tierra restablezca su equilibrio, pero lo hará sabiamente, no como sus irracionales habitantes a los cuales todo nos lo ofreció y nada le dejamos.

De mi parte como empresario del ciclismo, como ciudadano de este mundo, me comprometo a promover el uso masivo de la bicicleta, para ayudar a disminuir la contaminación, a través de productos más económicos, colaborarles a tantos ancianos y niños en estado de abandono, a apoyar programas sociales de movilidad y reforestación en lo que esté a mi alcance y la tierra nos lo permita, porque llegó el principio del fin y debemos cuidar lo poco que nos queda para sembrar una semilla de esperanza. Y reitero ¡La tierra se recalienta porque se nos enfrió el corazón! ¿Cuál será su compromiso?

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