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La historia económica contemporánea parece repetir un patrón ya conocido: los gigantes del comercio mundial, Estados Unidos y China, vuelven a enfrentarse en un pulso arancelario que sacude los mercados, incrementa la incertidumbre y pone en jaque la estabilidad económica global. La reciente escalada en la guerra comercial, marcada por un nuevo ciclo de represalias mutuas, confirma que el desacoplamiento entre las dos mayores economías del mundo está lejos de resolverse y sus consecuencias trascienden fronteras.
Durante esta semana, el conflicto alcanzó un nuevo pico: China respondió con un aumento de 34% en los aranceles a productos estadounidenses, como reacción a una agresiva medida de 54% impuesta previamente por Washington. Este intercambio de golpes proteccionistas no solo refleja el deterioro de las relaciones diplomáticas y comerciales, sino también una estrategia deliberada de poder que utiliza el comercio como arma de presión.
Las implicaciones de esta guerra arancelaria no se limitan a los protagonistas directos. Según diversos analistas, estas tensiones podrían impactar hasta 40% del PIB mundial, lo cual eleva el riesgo de una nueva recesión global. A esto se suma el posible efecto inflacionario derivado del encarecimiento de los bienes importados, lo que puede desencadenar un shock de oferta negativo en economías ya golpeadas por la volatilidad postpandemia.
Esto refleja con crudeza las secuelas inmediatas de esta confrontación: el precio del petróleo ha caído 8,5% en lo que va del mes, ubicándose en US$70 por barril, una señal clara de la disminución de la demanda energética anticipada. En paralelo, los principales índices bursátiles han sufrido pérdidas significativas: el S&P 500 ha retrocedido un 17% y el Nasdaq, 21%, lo que demuestra que los inversionistas ya han comenzado a descontar un escenario económico más adverso.
En medio de la turbulencia, los mercados han buscado refugio en activos considerados seguros. El rendimiento de los bonos del Tesoro de Estados Unidos ha caído 54 puntos básicos, situándose en 3,97%, mientras que el oro alcanzó máximos históricos al cotizarse en USD 3.136 por onza. Estos movimientos confirman que los temores no son infundados y que el capital está replegándose hacia posiciones conservadoras.
Colombia no ha sido ajena a esta oleada de incertidumbre. El dólar se ha disparado COP 230 en lo que va del mes, llegando a COP 4.279, encareciendo las importaciones y alimentando presiones inflacionarias internas. Las acciones locales también han resentido el impacto, con Ecopetrol como uno de los títulos más castigados ante el desplome del crudo.
La evolución de esta guerra comercial demuestra que el mundo económico de hoy está interconectado como nunca antes. Cada decisión tomada en Beijing o Washington resuena en Bogotá, Berlín o Bombay. Si bien aún queda una ventana para la negociación, el camino actual apunta a una profundización del conflicto que puede marcar una nueva etapa de desaceleración global.
En un mundo que aún no se recupera plenamente de las secuelas de la pandemia, esta guerra comercial representa un nuevo obstáculo que podría frenar la frágil recuperación económica. La esperanza reside en el diálogo, pero mientras tanto, los mercados ya han comenzado a tomar posiciones defensivas.