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Sometidos al escrutinio y la fiscalización del país del norte, estos países, en especial Bolivia, Perú y Colombia, territorios ricos en recursos naturales por su biodiversidad, fértiles y privilegiadas tierras, son estigmatizados y llevados al ostracismo sus pobladores a causa del narcotráfico, fenómeno originado por los inventores del mortal alcaloide y alimentado por los consumidores procedentes principalmente de Estados Unidos y algunos países del Viejo Continente, los mismos que ahora censuran su propio invento. Hoy es común ver enfermos de la mortal adición en todo el mundo y para desgracia de las naciones productoras, el consumo crece vertiginosamente en sus jóvenes aturdiendo sus mentes.
Los lechosos del norte vigilan, escrutan y contabilizan las hectáreas sembradas de la inocente hoja de coca -escogida injustamente como ingrediente principal para su ocioso y maldito vicio- que, como lo he manifestado en pasadas columnas, “ es la menos culpable de la hecatombe que ellos mismos armaron”. Sumado a esto, cada vez que se crecen las toneladas de cocaína decomisadas, advierten que nos descertificarán para aplicar sanciones, que suspenderán la ayuda para enfrentar el narcotráfico, que limitarán las visas; en fin, es costumbre recibir un sinnúmero de amedrentamientos. Círculo vicioso que sirve a nuestros nuevos y oportunistas mandatarios para dar el discurso de” rigor”, en el que fomentan las consabidas y eternamente cocinadas leyes en el legislativo, con el vapor de siempre. Por estos días, vuelve y juega la discusión sobre las equivocadas estrategias: aspersión aérea, “que el glifosato sí, que el glifosato no”, que la erradicación manual y sustitución de cultivos, que más pie de fuerza en las regiones, entre otras. Conclusión: ¡sigue la violencia! Tristemente los noticiarios no dejan de registrar a diario decenas de muertes. Compatriotas “inocentes o culpables”, ya no se sabe.
Las estadísticas presentadas, vaya uno a saber con qué herramientas - drones, aeroplanos, “satélites” o trabajo de campo - dan cuenta, según los últimos datos oficiales provenientes de la oficina nacional para las políticas sobre el control de drogas (Ondcp) con sede en Washington, que son 200.000 o más hectáreas las que hoy día están sembradas en Colombia para producir el nefasto alcaloide. Ahora bien, pongamos el embudo al revés: ¿Cuantos consumidores de cocaína, hoy día existen en la nación del Tío Sam? Según cifras dadas por ellos mismos, son dos millones las narices esnifadoras de coca; de esos, ¡cuantos han “erradicado” ? Discúlpenme, ¿curado de la adicción?, ¿tenemos una estadística cierta? Valdría la pena saberlo y comprobar el real esfuerzo de los gobiernos gringos por combatir el consumo de drogas. Entre tanto seguirá imperando la ley del embudo, ley injusta, amplia para las poderosos potencias y estrecha para estos débiles Estados.
La legalización del consumo de cocaína sería el menos peor de los remedios para el mal que como epidemia se extiende sin freno por el mundo. El mismo remedio – la legalización - que aplicó Estados Unidos cuando a causa de la ley seca instaurada por la enmienda XVIII a la constitución durante trece años, (1.920-1.933) vio cómo la mafia de Al Capone se apoderó del negocio clandestino del alcohol. ¿Que culpa tiene nuestra sagrada y benéfica hoja de coca? … ¡No al glifosato!