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En América Latina se ha venido hablando reiterativamente de la “década perdida” como si fuera una sola, cuando la verdad es que la región no logra salir de su mediocridad, ni mucho menos alcanzar niveles de ingreso medio que permitan superar la pobreza que agobia a 50% de la población, según sea el país. Vivimos envueltos en un torbellino que no ha llevado de la ilusión, al populismo y del populismo a la frustración y la pobreza. Argentina a principios del siglo XX era un país rico, hoy la mitad de sus habitantes se refugian en la pobreza, en 1950 Colombia, país más poderoso, envió tropas a Corea para ayudar a un pueblo sumido en la guerra y la miseria. Hoy, Corea del Sur tiene un ingreso per cápita, 600% mayor que el de Colombia.
Los ejemplos se multiplican, y los cierto es tan solo Chile. Uruguay y Panamá pueden mostrar ingresos per cápita que rondan los US$20.000 anuales. Según el Banco Mundial en una serie que va desde 1960 hasta 2013 se puede apreciar que toda América Latina ha contribuido durante este periodo con 1% del PIB mundial y esa participación no se ha movido. Mientras tanto los “Tigres Asiáticos” pasaron de contribuir con algo menos de 0,5% a casi 4% y Europa Oriental paso de menos de 2% a 5,5% en el año 2000. Estos datos lo que indican la región no ha participado en mayor medida de la creciente riqueza mundial y nos ha tocado ver como otros países y regiones avanzan camino al bienestar.
Es innegable que crecer al mismo ritmo del mundo es mejor que quedarnos más rezagados, y que ese crecimiento ha traído cierto bienestar a una clase media que no se alcanza a acomodar del todo, pero no es suficiente para superar el atraso de grandes regiones del continente, y de la población que vive en los márgenes de nuestras ciudades.
Pero no se trata de números y porcentajes, se trata de gente de carne y hueso, fundamentalmente los jóvenes nacidos después de 1980 que ven como sus padres y sus abuelos vivieron con la esperanza de que “esto iba a mejorar”, y no fue así. A medida que las nuevas tecnología fueron poniendo al alcance de esos jóvenes la posibilidad de una mejor calidad de vida que otorga un mayor ingreso, las jóvenes de gran parte de la América Latina aburridos de los populismos de derecha e izquierda y escépticos de la clase política optaron por tomar en sus manos la solución y tomaron fundamentalmente tres caminos: 1. Migrar a destinos donde pudieran alcanzar una mejor calidad de vida, 2. Encontrar en la delincuencia y el narcotráfico la ruta para la riqueza que en sus vidas cotidianas les era inalcanzable o 3. Revelarse contra todo, provocando e estallido social que vimos a principios de esta década.