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En estos momentos de zozobra y vientos de cambio, muchos han hecho referencia a los miles de colombianos que han construido país con esfuerzo y tesón. La pregunta que se hacen cientos y miles de inconformes que se expresaron en las calles de manera pacífica (no los vándalos) es qué hace el Estado para apoyar héroes anónimos que conquistan y construyen país.
Por razones profesionales tuve un conocimiento más cercano de la agroindustria del caucho y este me parece un buen ejemplo de lo que venimos hablando. La explotación del caucho tuvo sus días negros y de gloria entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la explotación indiscriminada del látex en las selvas amazónicas a costa de vidas que hicieron famosa a la concesión de señor Julio Cesar Arana. Pasada esta fiebre del caucho, el caucho sintético fue reemplazando al caucho natural; pero ya para mediados del siglo pasado fue evidente que las características físico mecánicas del caucho natural no podían ser sustituidas y se iniciaron grandes cultivos en los países asiáticos, que fueron creciendo a la par con la industria automotriz y llantera.
En Colombia, fue en 2006 que el Estado, mediante incentivos, invitó a empresarios pequeños, grandes y medios y a campesinos a embarcarse en lo que sería la gran promesa del campo colombiano. Este esfuerzo cauchero llevó a la profundización de la conquista de la Orinoquía colombiana y la intensificación agroindustrial de zonas de Santander y Antioquia. Fue un proyecto tan exitoso, pues se sembraron en el país una cifra cercana a las 70.000 hectáreas de caucho con una inversión que hoy se calcula alrededor de los US$300 millones.
Pero todo está a punto derrumbarse. Los precios del producto se vinieron abajo y de las casi 70.000 hectáreas hay en explotación 7.000, mientras el resto mira con incertidumbre el futuro. Unas se quedan ociosas simplemente porque no es rentable su explotación y otras porque aun no está listas, pero saben que cuando les llegue su momento tendrán que abstenerse de volverlas productivas.
A los bajos precios se suma un rosario de tragedias. El sistema financiero privado y estatal que invitó a estos emprendedores, a la hora de las malas, los dejó colgados de la brocha, reportados en los sistemas de crédito y sin nuevo acceso a financiación. La infraestructura que debía desarrollarse por parte del Estado, paralela al esfuerzo de los privados, está incompleta. La mitad de los cultivos que están en la Orinoquía no tienen vías secundarias ( como le pasa a toda la agricultura), y su acceso al principal mercado depende del incertidumbre de la vía a Villavicencio. La ruta soñada del Orinoco por Venezuela también se vio frustrada por razones ampliamente conocidas. La industria nacional consumidora del caucho se ha ido destruyendo, mientras el sector no cuenta con medios para lograr las certificaciones ni la logística que requiere el mercado internacional. Así, con extensas áreas sembradas en caucho, Colombia es hoy por hoy un gran importador del producto.
Existen retos alcanzables que pudieron verse en un trabajo apoyado por Procolombia y el Ministerio de Agricultura, pero alcanzarlos necesita del apoyo del Estado, que genere en los diferentes frentes las condiciones para el renacimiento de una industria intensiva en generación de empleos y con grandes posibilidades en el mercado internacional. Un Estado comprometido en estas labores es lo que esperan los colombianos cuando vemos al establecimiento perdido en discusiones inútiles y sumido en la corrupción.