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En el Apocalipsis, aquel último pasaje de la Biblia que predice el fin del mundo y el juicio final, se señalan siete ángeles que comparecieron ante Dios y a quienes se les dieron siete trompetas que anuncian la antesala de la destrucción.
Así a medida que los ángeles tocan una a una las trompetas, las maldiciones caen destruyendo todo lo que existe en la faz de la tierra. Reza el texto que “el primer ángel tocó su trompeta, y fueron lanzados sobre la tierra granizo y fuego mezclados con sangre.
Se quemó la tercera parte de la tierra, junto con la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde”. Con el sonido de la segunda trompeta “la tercera parte de todo lo que vivía en el mar, murió”, mientras el sonido de la tercera trompeta provocó que “la tercera parte de las aguas se volvió amarga, y a causa de aquellas aguas amargas murió mucha gente”.
Y trinó la primera trompeta anunciando fuego y destrucción. Desde el principio de julio con el incendio conocido como Caldor, en California se quemaron 62.000 hectáreas de bosque arrasando a su paso las casas y hundiendo en el fuego a habitantes inermes.
En el otro extremo del planeta, en Australia, las llamas devoraban indefensos canguros que a pesar de sus saltos acrobáticos no podían escapar la ira del fuego y vertieron, según científicos israelitas, “tal cantidad de partículas de humo por la estratosfera que cubrió el hemisferio sur durante meses y generó niveles récord de aerosoles atmosféricos”.
En el medio geográfico de estas destrucciones, en la estepa rusa 222, incendios consumieron más de dos millones de hectáreas, llevándose a su paso animales e indefensos campesinos que impotentes observaban el avance del fuego. El humo bloqueó la luz del luz del sol y el día se hizo noche.
Y la segunda trompeta anunció la muerte de los mares. Sobre las aguas bravas de los océanos nadan 5,5 billones de partículas de plástico con un peso de 250.000 toneladas.
Según el Organismo Internacional de Energía Atómica, “los contaminantes que acaban en las aguas costeras pueden acumularse en los organismos marinos a través de la cadena alimentaria, lo que deteriora la resiliencia del ecosistema y supone un peligro para la salud humana de consumirse pescados y mariscos contaminados”.
En las aguas salinas del Mar Menor, en la península ibérica, aparecieron cinco toneladas de peces muertos que, según expertos, se debe a la contaminación y a la elevación de la temperatura de las aguas.
Y la tercera trompeta anunció la amargura de las aguas, que amargas desbordaron sus cauces y arrasaron con todo lo que había a su paso en los pueblos alemanes y franceses, en los sótanos de Nueva York y en los campos fértiles de La Mojana. Como anunció la tercera trompeta, la amargura de esas aguas causaron la muerte de mucha gente.
“Teman a Dios y denle alabanza, pues ya llegó la hora en que él ha de juzgar. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales”. O teman a la destrucción del hombre que con el afán de la riqueza destruye el cielo el mar y lo manantiales.
Es a los Estados, empresas e individuos que, buscando la quimera del oro destruyendo su entorno, a quienes les debe llegar la hora de juicio antes de que nuevas trompetas anuncien la destrucción total. De no salir exitosos de ese juicio, acompañaremos al segundo ángel cuando decía «¡Ya cayó, ya cayó la gran Babilonia, la que emborrachó a todas las naciones con el vino de su prostitución!»