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A medida que el país se acerca a alguna forma de normalidad social y económica se han observado dos fenómenos que forman parte de nuestra cultura (o falta de cultura).
Por un lado estamos frente a la “alcaldocracia”. El Presidente prolongó la cuarentena obligatoria hasta finales de junio e incluyó 43 excepciones de actividades económicas y sociales que son permitidas. Como lo dijo la alcaldesa Claudia López, de hecho, se dio por terminada la cuarentena, ya que es inconcebible que autoridad alguna pueda controlar quién se debe quedar en casa y quién tiene licencia para circular. Pero introdujo en este extraña medida una discrecionalidad para que los alcaldes regulen en sus municipios la “gradualidad” de la normalización; es decir, que cada alcalde, según su leal saber y entender, tome medidas de toda naturaleza: qué se abre y qué no se abre, cuándo se puede hacer ejercicio, con qué horarios pueden salir los viejos y desde luego la medida favorita de todos los burgomaestros: el toque de queda.
En los municipios del occidente de la Sabana, el toque de queda es entre las siete de la noche y las cinco de al mañana y los fines de semana, mientras en Chía la gente puede circular solo hasta las cuatro de la tarde. En Bucaramanga, la gente no queda confinada sino hasta las ocho de la noche. Igual sucede con los horarios para hacer deporte y con el pico y cédula. Unos municipios permiten dos números de la cédula por día y otros uno. Los horarios y las condiciones en que pueden circular los mayores de 70 años también cambian según lo considere el alcalde y el absurdo ha llegado a tal punto que en un acto administrativo de la ciudad de Santa Marta se afirmaba que los mayores de 70 podían salir a la calle con el permiso de sus padres (fue corregido).
Lo que verdaderamente intriga es conocer la razones sanitarias detrás de estas medidas. ¿Será que hacer deporte a las cinco de la mañana en la Sabana con temperatura cercanas a 7 grados es mas saludable? ¿Será que en algunos municipios los departamentos epidemiológicos han encontrado que el contagio es mayor en unos horarios que en otros? ¿Será que el contagio en diferentes actividades económicas es diferente por municipio? ¿O será más bien que el Presidente abandonó el centralismo y delegó en alcaldes que en la mayoría de los casos no tienen la infraestructura científica para tomar medidas sensatas? Para solo mencionar un caso, en la entrada de los pueblos se fumigan las llantas de los carros como si las vías públicas estuvieran contagiadas o como si los ciudadanos tuvieran contacto permanente con las llantas.
El otro aspecto de este principio de normalidad es que se reafirma la vieja tradición que cargamos desde la colonia; “Se obedece pero no se cumple”. Excepción hecha de algunas voces de desobediencia civil proveniente de la Rebelión de las Canas, la gente y los medios celebran las medidas de cuarentena y manifiestan estar satisfechas con la política pública en esta materia, pero no las cumplen. Basta con transitar por los trancones en Bogotá o ver las congestiones de ciudadanos en San Victorino. Y no se cumple no por razones simples de desconocimiento, sino por necesidad. En general, en los barrios de mayores ingresos se observa que la gente se queda en casa, en donde hay más necesidades, no.
Dos lecciones: no se puede dejar que se entronice la “alcaldocracia” y tengamos presente al tomar las medidas de aislamiento que estamos en Colombia y no en Europa.