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Analistas 01/08/2023

Ilusión fracasada

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Las protestas estudiantiles que condujeron al Paro Nacional de 2021, en el cual se dio un estallido social que en una primera instancia motivó a la rebelión no solo a los sectores más radicales del estudiantado, las fuerzas sindicales y las organizaciones indígenas, encontró eco en sectores sociales agobiados por los coletazos de la pandemia. Muestras de solidaridad con la causa rebelde surgieron también en los sectores intelectuales y la clase media hastiada con un gobierno que no supo entender la realidad.

Esta dinámica de protesta fue deteriorándose con los días a medida que los sectores más radicales fueron encausando esa expresión de descontento en una beligerancia violenta que destrozó los bienes públicos, bloqueo las vías e impactó una economía ya debilitada. Si bien esa última fase del estallido perdió legitimidad si quedo en la sociedad la sensación de que era necesario generar alternativas políticas que permitieran generar un espacio a aquellas causas justas que estaban en la raíz de esa expresión de inconformidad social.

No hay duda de que la fuerza política que a lo largo de este movimiento se manifestó más alineado con las inquietudes de los protestantes fueron las del senador Gustavo Petro. Si bien rechazaron los actos violentos su afinidad era innegable. No hay dudas que las fuerzas políticas que hoy acompañan al Pacto Histórico llegaron a representar las emociones y el sentir de esa ola que se expresó en las calles y campos de Colombia. Por su parte las fuerzas políticas tradiciones carecieron de liderazgo en ese momento crucial y se atrincheraron en un discurso que desconocía la legitimidad que había en esas expresiones, algunas pacíficas, algunas violentas.

Muchos sectores de la “Colombia Profunda” que no habían tenido vocería en el quehacer nacional y eran marginados en sus territorios azotados por la pobreza y la violencia de los grupos armados y delincuenciales tanto en zonas rurales como en barrios urbanos fueron por primera vez protagonistas de los acontecimientos y ello despertó en ellos y en sectores de la intelectualidad liberal una ilusión de un país más inclusive que podría abandonar las viejas costumbres del clientelismo y la corrupción. Esa ilusión se hizo manifiesta en las elecciones presidenciales de 2022 con la elección de Gustavo Petro como presidente del país en una victoria menos rotunda que la que reclaman hoy los partidarios del gobierno ya que con algo más de 3% de ventajas esa victoria dejo claro que el país estaba dividido en mitades.

Esa ilusión sin embargo se ha ido desvaneciendo poco a poco en la medida en que la inefectividad del gobierno ha centrado todos sus esfuerzos en continuar el discurso de la rebelión abandonando la tarea de gobernar. Su incapacidad de entender los verdaderos reclamos de seguridad y empleo de los sectores que ilusionaban un mejor futuro y la incomprensión de la mitad del país que no veía en Petro la ilusión de un mejor futuro ha resultado en un estado paralizado, enfrascado en debates que cada vez radicalizan más las fuerzas y que hace que el principal sentimiento nacional sea no la ilusión sino la incertidumbre. Las viejas prácticas del clientelismo y la mermelada siguen más arraigadas y ya hay señales de rampante corrupción en las filas del equipo de la ilusión. Esa ilusión fracasada lejos de ser beneficiosa puede ser el origen de males mayores y de un desbarajuste institucional.

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