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Sorprendieron la semana pasada las amenazas de la Señora Pelosi quien advirtió al Presidente López Obrador de México que de no aprobar de manera inmediata la reforma laboral contenida en el nuevo acuerdo comercial y que fortalece la formación de sindicatos habría lugar a una nueva negociación del tratado. Una nueva presión y amenaza que se suma a la de cerrar la frontera e imponer aranceles a los vehículos, pero esta vez proveniente de la esquina demócrata. Curiosamente las amenazas de Trump y aquellas provenientes de Pelosi coinciden en ser formas diferentes de proteccionismo, que se reflejan en las negociaciones de los tratados de libre comercio.
Es evidente que los países de menor desarrollo relativo tienen una ventaja comparativa en salarios más bajos y que esta ventaja es vista por los países de mayor desarrollo como una competencia desleal. Desde la firma del tratado de comercio original (Nafta) los demócratas han manifestado su inconformidad argumentando que con el tratado lo que se lograba era que empleos de los Estados Unidos en diversos sectores, entre ellos el sector automotriz, se sustituyeran por empleos mal pagos en México generando desempleo en su país. Ello llevó a que, al momento de la aprobación del tratado con Colombia, los demócratas exigieran un agenda laboral.
Con el fin de neutralizar esa desventaja laboral lo que se ha exigido de parte de los EE.UU. es que en estos países se adopten legislaciones que fortalezcan la organización sindical y que se eleven los salarios. Esa desde luego es una pretensión muy noble y con la cual todo el mundo estaría de acuerdo. El tema, sin embargo, es que por su mayor desarrollo tecnológico EE.UU. tiene niveles de productividad laboral mucho mayores. Afortunada o desafortunadamente, según el ojo con que se mire, ese desarrollo tecnológico está protegido en los mismos acuerdos de comercio por patentes que impiden a los países de este lado del Río Grande lograr los mismos niveles de productividad. Por este tema de dotación de factores suena disonante imponer niveles salariales, como aquellos mínimos obligatorios para los trabajadores del sector automotriz que se acordaron en el nuevo acuerdo México-EE.UU.
Pero a lo anterior se suma otro tema aún más complejo y es aquel del equilibrio entre flexibilidad laboral y fortalecimiento de las organizaciones sindicales. A modo de ejemplo Colombia en el informe de Competitividad de Foro Económico Mundial figura en el puesto 109 en el renglón de facilidad para contratar y despedir trabajadores y en el puesto 110 en el renglón que mide los derechos de los trabajadores. Es decir, como todos sabemos, es difícil y costoso despedir un trabajador por los derechos que le otorga la Ley, pero al mismo tiempo son pocos los derechos de los trabajadores. Es decir, que al tema de la productividad que se menciona arriba, se suma el de la competitividad. Claro que mayores derechos, que en la mente de los legisladores americanos se logran mediante el fortalecimiento sindical, traerán, de conformidad con la medición que se hace de competitividad, mayor competitividad, pero supongo que ello también impedirá mejorar en el renglón que hace referencia a contratar y despedir trabajadores.
Estados Unidos en el mismo ranking figura muy bien en la facilidad para contratar y despedir trabajadores (puesto tres), pero muy mal en la defensa de los derechos de los trabajadores (puesto 84). ¿Cómo resolveremos esta encrucijada de cara a los tratados de libre comercio o será la ley de embudo?