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El presidente Petro ha proclamado a Colombia como el país de vida. La fuerza pública medirá sus resultados por la defensa de la vida y la paz total constituye una política de vida para acabar con el reguero de muertes que vemos a diario por venganzas entre mafias, por combates en grupos al margen de ley o por simplemente hacerse a un teléfono celular. El objetivo es que la vida prevalezca y eso hace recordar la novela de José Saramago, “Las Intermitencias de la Muerte”.
En este relato en un país innombrado repentinamente deja de morir la gente. Por alguna razón que se desconoce no vuelve a haber muertes (aunque pronto regresan), a pesar de existir enfermedades, que nunca son terminales, y estados catatónicos de comas que nunca se resuelven con la muerte. Ese país de la vida se convierte en una verdadera pesadilla pues las funerarias entran en bancarrota, los hogares geriátricos se desbordan al igual que las clínicas de cuidados intensivos, hasta que el tema se va resolviendo, llevando a estos enfermos terminales al otro lado de la frontera de los países vecinos donde no reina la inmortalidad. Apenas cruzan la línea imaginaria de la frontera sucede el desenlace esperado por el agonizante paciente; La muerte. Este tráfico de enfermos a través de las fronteras lo acaba dominando la maphias (con ph) que impone en contra del sentir del gobierno la posibilidad de morir.
Y retraigo este trabajo literario porque en el hay elementos comunes a la realidad que vivimos en este país de la vida. Esa proclamación por la vida, que en la novela se da fortuitamente, en Colombia se vuelve un propósito de estado. En la novela al igual que en nuestra realidad de manera desde luego diferente, el determinador de la muerte son las mafias que acaban poniendo en jaque al gobierno. Y este trabajo de Saramago es una reflexión de la vida y la muerte y del papel del estado y las fuerzas oscuras.
En el país de la vida inaugurado el 7 de agosto pasado persiste la muerte. Masacres se registran a diarios en los más diversos sitios de la patria. A diferencia de lo que sucede en el libro las mafias garantizan la muerte pero dentro de las fronteras nacionales y los muertos no son pacientes terminales sino rivales. Rivales en el negocio del narcotráfico, de la minería ilegal del microtráfico, del robo de celulares, en la extorsión entre muchos otros negocios que se suceden en el país de la vida. El mensaje que nos queda en la novela y en la realidad es que detrás de la vida y la muerte hay un negocio lucrativo que dominan las mafias
Ese deseo por la vida mediante una paz total es loable, pero a la vez ingenuo. El presidente Petro que es economista sabe bien que detrás de toda acción del capitalismo hay un deseo de maximizar utilidades. Para las mafias sin grandes principios morales prima ese deseo del dinero sobre el respeto a la vida y apelar a los sentimientos de patria y convivencia a grupos cuyo objeto es obtener cantidades crecientes de dinero en asocios con mafias del otro lado de nuestras fronteras (como en la novela) no pasa de ser un bello sueño irrealizable. Se corre el peligro que se hace evidente en la novela de que las mafias impongan una lógica, en este debate sobre y vida y muerte, que convierte al estado en prisionero de las condiciones que imponen las mafias. En Colombia ya lo vivimos cuando en aras de la defensa de la vida el Estado quedó a merced de las estrategias de los carteles de Medellín y Cali.