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Es evidente que el país vive una polarización que se ha venido acentuando a lo largo de la campaña presidencial y que le augura unos años muy difíciles en el cercano futuro. Puede uno argumentar que esa polarización entre fuerzas de derecha e izquierda o entre políticas migratorias en el caso de los países más ricos y del papel del Estado en otras latitudes, no es particular a nuestra patria, ya que se presenta en otros países. Hay que hablar de los Estados Unidos, donde la polarización ha llevado al cuestionamiento del sistema electoral, y de Francia, donde por primera vez la extrema derecha de la señora Le Penn alcanzó más de 40% de los votos. Estas polarizaciones, que tienen la característica de dividir a las sociedades por mitad, lo que causan es que no haya facciones ganadoras ni perdedoras, sino que la Nación como un todo es la gran perdedora.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre la polarización que vivimos en Colombia y la que estamos observando en países más ricos? La gran diferencia es la fortaleza de las instituciones. Mientras las democracias de Occidente, como en los casos de EE.UU. y Francia, las instituciones, su profesionalismo y su independencia logran neutralizar de alguna manera los estragos de la polarización, la debilidad de las instituciones en nuestro país genera una zozobra que altera el curso normal de la sociedad. La polarización en Colombia lleva a que lo que se disputa entre una facción y otra es la institucionalidad misma porque, en general, la ciudadanía no cree en las instituciones. Están asesinando lÍderes sociales. Esto es un hecho y la oposición le reclama al Gobierno que se identifique a los asesinos y que a estos les caiga el peso de la ley.
Pero ello, no es posible porque el Estado no tiene control de los territorios y la justicia no es operante, y ante la ineficacia del Estado, una parte de la población se siente con derecho a cuestionar la institucionalidad. Esto lleva al dilema de si el país debe borrar y hacer cuenta nueva con la institucionalidad o fortalecer la débil institucionalidad que tenemos. Lo primero puede ser un gran salto al vacío.
Un segundo factor que diferencia la polarización de los países mencionados y Colombia son los factores de violencia y narcotráfico que padece el país. La polarización en torno al proceso de paz y la polarización en torno al manejo del problema del narcotráfico llevan detrás de sí niveles elevados de violencia. Respecto al primer tema, el del proceso de paz, que de por sí dividió al país en dos bandos iguales, una parte de la población no cree en el sistema de justicia (JEP), mientras otros creen que el proceso toma tiempo y que este llevará al reconocimiento de la verdad, al perdón y la reparación a las víctimas. Mientras tanto siguen los asesinatos de líderes sociales y excombatientes de las Farc. Igual hay enormes diferencias en la concepción de la lucha contra el cultivo y tráfico de narcóticos, pero mientras tanto siguen los desplazamientos y las masacres. En ambos casos el problema es la debilidad de las instituciones.
Finalmente, en nuestro país esa polarización ha llevado a la justificación de todos los delitos bajo la absurda teoría de que se defiende al menos malo. Que los unos son unos asesinos, pero los otros son peores. Que en un grupo hay agentes de la corrupción, pero es que en otro hay más, y así vamos camino a la impunidad y a acomodarnos con el mal menor.