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A los colombianos nos podría estar pasando lo del pasajero de un avión que se estaba cayendo y su reacción fue decir: “a mí qué me importa, si el avión no es mío”. Es que si le va mal al gobierno, si le va mal a la economía, nos va mal a todos, ya que todos viajamos en el mismo avión. Pero así como todos somos pasajeros y posibles víctimas, también podemos y debemos poner nuestro granito de arena para que el avión no se vaya al suelo.
Este símil, sin embargo, es más complicado en la realidad porque dependemos de la voluntad del piloto. Un piloto sin las pericias necesarias para navegar en aguas turbulentas puede causar daños irreparables, y lo mismo sucederá si el piloto es díscolo o pierde el foco por andar preocupado, por ejemplo, en la contaminación que produce la aeronave y no en su manejo adecuado. A diferencia de los aviones, los países si bien tienen un piloto principal, que no es otro que el presidente, tienen una gran cantidad de copilotos que son absolutamente necesarios para enfrentar turbulencias y cúmulos nimbos. No solo eso. Esos copilotos conocen mejor ciertas facetas del engranaje general y pueden contribuir, si los dejan, a una navegación sin sobresaltos.
En los dos años del actual gobierno, nuestro piloto ha creído equivocadamente que puede conducir la Nación sin el concurso de quienes tienen la experiencia y el conocimiento, y es claro que no me refiero solo a la idoneidad de los funcionarios públicos, que en esta administración han sido improvisados y a quienes se les ha entregado el manejo de sectores clave en razón a su orientación ideológica y no a su capacidad profesional. No me refiero a gobernar como aseguró un mandatario en el pasado con “ los más capaces y los más honestos”, sino a la importancia de recurrir al concurso de aquellos que están produciendo riqueza en la industria, los servicios y la agricultura.
El gobierno tiene el músculo para concertar con el sector productivo
Así pasó con la reforma de la salud. Era evidente que el sistema de salud que tanto beneficio le ha traído a los colombianos tenía y tiene falencias, y que se hacía necesario hacer ajustes y depurar la corrupción, que se ha presentado en algunos casos, pero para ello hubiese sido deseable que se contara con el concurso de aquellos actores que trabajan de buena fe y conocen el sector mejor que los congresistas, que están legislando, o del gobierno, que buscaba más vencer que convencer. El resultado de este proceder fue que no solo se hundió la reforma, sino que se agravó más la crisis de salud dado el manejo equívoco por parte del gobierno. En materia de salud, el avión se está viniendo a pique.
Otro cantar ha sido el proceso que busca dinamizar el crédito hacia los sectores productivos con el fin de impulsar la reactivación de la economía. La discusión se inició con el mismo talante de imponer fórmulas autoritarias y que ya habían fracasado en el pasado, mediante el mecanismo de imponer al sistema financiero inversiones forzosas, pero afortunadamente el gobierno entendió que era mejor camino concertar esas inversiones con los actores principales y optó por la fórmula de convencer y no de vencer, y gracias a ello se logró el Pacto por el Crédito, que va a facilitar la orientación de recursos y de los ahorros de los colombianos a sectores clave de la economía.
Este último ejercicio demuestra que sí se puede, y además, que así se debe proceder. El gobierno tiene el músculo para concertar con el sector productivo y entender que la mejor solución no es la que desea imponer, sino la posible.