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Analistas 25/07/2023

Tragedia latinoamericana

Carlos Ronderos
Consultor en Comercio y Negocios Internacionales

Como en un baile caribeño, las economías latinoamericanas andan un pasito para adelante dos pasitos para atrás. Otro tanto se puede decir de los avances sociales y políticos. La región no parece ser capaz de salir de una pesadilla recurrente de autoritarismo, populismo, institucionalidad débil y polarización política destructiva.

Cuando pensamos que en la década de los 60 del siglo pasado las economías latinoamericanas pasarían la página de la economía de la dependiente de la explotación de productos primarios que las mecían al vaivén de los precios internacionales y que con las orientaciones de la Cepal construirían una plataforma productiva, solo se logró una industria en su mayoría poco competitiva que solo existía bajo el manto de la ineficiencia que generaba el proteccionismo. Al ensayo proteccionista se sucedió un vuelco total al libre mercado, de forma que se pasó de un Keynesianismo con gran intervención del estado a un esquema inspirado en Friedman donde el estado se repliega y el mercado lo es todo. Si bien esta formula trajo avances macroeconómicas no tuvo la virtud de generar un bienestar en la mayoría de la población y surgieron sociedades enormemente desiguales e inequitativas.

Dando bandazos entre el librecambio y la estatización total los países de la región no lograron dar el salto cualitativo que les permitiera convertirse en sociedades modernas con ingresos medios como los hicieron en la segunda mitad del siglo pasado las economías y las sociedades de Europa Oriental y la mayoría de los países asiáticos. Debatiéndose entre el exceso de estado y la carencia total de mismo los países avanzaron a paso lento generando polarizamos en el espectro político que obligaba a cambios de rumbo drásticos después de cada elección o golpe de estado logrando que el largo plazo, tan necesario en la construcción social, fuera efímero.

La diáspora latinoamericana no ha sido debidamente estudiada

Después de una “década perdida” en lo económico y en lo social durante el último tramo de siglo pasado, parecía que la estrella de la buena suerte iluminaba a esta América con un vuelco hacia programas de lucha contra el hambre y la pobreza financiada con altos precios de las materias primas. Pero el experimento solo duro lo que el alza de los precios lo permitió, ya que no se creó un sustento diferente para hacer sostenible unos estados asistencialistas. Desorientados y en una puja entre derecha e izquierda incapaz de construir, las naciones de la región entran a la tercera década de este siglo sin rumbo, con niveles de pobreza creciente, tasa de crecimiento vergonzosas y una descomposición total alimentada por la corrupción y la delincuencia.

La pregunta que surge y que sociólogos, economistas e historiadores no han logrado contestar a pesar muchos debates y miles de páginas escritas es por qué no se puede romper esta inercia de la pobreza, la informalidad y violencia. Hay excelentes diagnósticos que van desde las “ Venas Abiertas de América Latina” de Galeano hasta el reciente ensayo de Mauricio García Villegas, pero la fractura política no permite generar una coherencia que señale un destino mejor. Mientras la institucionalidad se despedaza y la corrupción se ensaña desde Argentina, pasando por Colombia hasta el Salvador y México, la juventud solo encuentra refugio en la migración y el crimen. La diáspora latinoamericana no ha sido debidamente estudiada, pero es el claro reflejo un fracaso que obliga a repensar nuestras naciones.

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