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Los mandatarios enfrentados a decisiones transcendentales de los países a veces recurren a consultar al pueblo casi siempre con resultados desastrosos. El deseo es ganar legitimidad para una causa y tal vez ello sea muy loable, pero lo que sucede es que una vez se inicia el proceso se sale de control y eso en momentos en que la redes sociales y falsas noticias imperan se vuelve una bomba de tiempo.
Lo que yace detrás de este dilema no es tanto la legitimidad de la causa que se quiere apuntalar sino la legitimidad de la democracia representativa, pues en este sistema el pueblo de manera directa escoge a los que su juicio son las mejores personas para tomar decisiones que afecten la sociedad. Si ello es así, que objeto tiene obviar esa instancia para volver al elector primario con el fin de que este dirima asuntos que en la mayoría de los casos van más allá de su capacidad de discernimiento.
Como si temas tan complejos como la decisión de los británicos de permanecer o no en la Unión Europea o si los términos de una negación sobre la incorporación de un grupo alzado en armas que duró años, pudieran ser acogidos sobre la base de las alternativas del Sí o el No. Qué tanto conoce el británico promedio acerca de un tema tan complejo como las consecuencias económicas de que la Gran Bretaña pierda su posición de privilegio frente a los socios europeos y pierda la condición del libre comercio, la oportunidad de ser centro financiero o que sus connacionales puedan migrar a cualquier país de la Unión. Igualmente, como puede decidir una colombiano si conviene o no un Tratado de Paz con las Farc cuando en este se incorporó un sofisticado mecanismo judicial que aún hoy en plena marcha es difícil entender y con cientos de aristas más que tomaron años dilucidar.
Sí o No. No existe debate ulterior, sino que la respuesta se impone como una sentencia única e ineludible que debe llevar a una nación al rumbo correcto. A semejante exabrupto se suma que en estos procesos no vota un porcentaje significativo de la población y acaba una minoría imponiendo algo que nunca se sabrá si era el deseo del pueblo soberano. En el caso de Colombia casi 63% de la población se abstuvo de participar lo que quiere decir que lo que ganó no fue el NO sino lo que pensaba 19% de la población. En gran Bretaña, aunque la participación fue mayor, esta llegó apenas a 71%, así que salir de la Comunidad Europea fue una decisión de no más 37% de los británicos.
El gran problema es que después de la euforia de estos procesos viene el guayabo del resultado. Cómo lidiar con una repuesta inesperada que no necesariamente es lo que conviene al país. Colombia afrontó el resultado a la colombiana; se desconoció el resultado (afortunadamente) con una maquillada y el impulso de un Premio Nobel. La gran Bretaña afrontó el suyo a lo Británico; renunció el Primer Ministro y se metieron en una vaca loca de la cual aún no han salido.
No son buenos estos plebiscitos o referendos porque la Vox Populi podrá ser la Vox Dei, pero no la voz que más conviene para resolver grandes encrucijadas. Aun en las causas más nobles como la Consulta Anticorrupción en la cual solo participó 33 % de los votantes y no alcanzó el umbral, existe la duda de si quienes votaron lo hicieron porque creían que bajando el sueldo de los congresistas se acababa la corrupción o simplemente porque estaban hastiados de la descomposición moral de país.