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Vivimos tiempos de un profundo y veloz cambio tecnológico. Evidenciamos hoy en la forma de hacer negocios, de gestionar las organizaciones y de trabajar el impacto de la digitalización, la analítica, la inteligencia artificial y la automatización. Respecto a ésta última, James Manyika, director del Instituto Global de McKinsey, se refirió recientemente a un estudio de esa consultora según el cual cerca de 60% de las ocupaciones actuales tiene hasta 30% de actividades que pueden ser automatizadas. Ante realidades como esta, y frente a la expectativa de cambios aún más profundos, bien vale la pena reflexionar sobre algunas competencias profesionales y personales que, según expertos, serán vigentes y necesarias en el futuro a nivel organizacional, además de aquellas propias de la condición humana que serán complementarias y no excluyentes respecto a la tecnología.
Una competencia básica a cultivar es la flexibilidad para adaptarse. Tenemos certeza sobre la promesa de más cambio en el futuro. Así entonces, se vuelven críticos la disposición y el interés por aprender a lo largo de la vida, y trascender el paradigma según el cual tal proceso solo sucede cuando estamos jóvenes. La competencia de aprender a aprender, y a desaprender, es ahora de pertinencia cotidiana. Incluso aprender por nosotros mismos, sin depender siempre de la educación formal, movidos por la curiosidad y aceptando nuevas maneras de instrucción, se hace vital para estar vigentes y a la vanguardia. Adaptación y aprendizaje son pilares a su vez para desarrollar nuevas competencias al ritmo del cambio, sin rezago, y para hacer migraciones exitosas de carrera. Seguirán siendo igualmente vigentes, en un entorno altamente tecnológico, las denominadas capacidades blandas: pensamiento estratégico, comunicación, liderazgo, inteligencia emocional y negociación, entre otras. Estas capacidades son vitales para el adecuado funcionamiento de las comunidades humanas y para la gestión de las organizaciones, son difícilmente reemplazables por la tecnología y en cambio facilitan el aprovechamiento de sus bondades.
Otras competencias humanas seguirán siendo pertinentes para procesos organizacionales críticos y cotidianos como la toma de decisiones. Así entonces, son complemento a la tecnología la capacidad de seleccionar la información adecuada para ser analizada, la habilidad para interpretar lo numérico e integrarlo a la narrativa humana, la sensibilidad para analizar de manera conjugada la información cuantitativa y cualitativa, la competencia para vincular la experiencia en los procesos de análisis en especial en presencia de información incompleta, y la inteligencia para imaginar soluciones desde la creatividad. Y por encima de todo, las organizaciones son de humanos y trabajan para humanos, por eso la irremplazable capacidad de observarnos unos a otros siempre será vigente.
El nuevo mundo, denso en tecnología, nos promete enormes retos y posibilidades en lo profesional. Y dos actitudes son clave para una mirada confiada al futuro: la primera, desafiar el paradigma que tenemos sobre cada uno de nosotros. Somos lo que somos, pero no necesariamente lo que seremos. Es nuestra escogencia. Y la segunda, la curiosidad. Necesitamos arriesgarnos a ensayar y a aprender para descubrir en nosotros nuevos gustos, competencias y talentos. No tema al cambio, trascenderse a sí mismo es la respuesta.