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En la actualidad los cinco mayores emisores de gases de efecto invernadero -GEI- son China (27%), Estados Unidos (11%), Europa 27 (7%), India (7%) y Rusia (4%). La geopolítica climática está liderada por países con diferentes visiones del mundo y con una incidencia real en el sistema internacional.
Hemos entrado en una nueva etapa de competencia mundial, en donde las fuerzas se están midiendo, y los retos globales como el cambio climático y el reordenamiento del sistema energético para enfrentarlo, tienen a las distintas potencias en un esfuerzo por ubicarse en un lugar de poder en el que se logre tener la carta ganadora.
En el caso de China, este se ha vuelto casi que omnipresente en todas las cadenas globales de suministro en distintos sectores industriales, y en energías renovables, sus empresas han logrado desarrollar una presencia dominante con más del 80 % en las cadenas, principalmente de solar y baterías.
Frente a sus compromisos climáticos, en 2020, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Xi Jinping expresó la intención de alcanzar un pico de emisiones de GEI en el 2030 y de fijar la meta país de net zero para el 2060, cuando la mayoría de países están en el 2050.
El plan de descarbonización chino se materializó en la COP26 de Glasgow, en donde presentaron la política “1+N”, su fórmula para la transición a una economía descarbonizada. Esta política define las directrices de gobernanza y apoyo financiero, junto con la transformación requerida en cada sector económico.
Se podría decir que de alguna manera los chinos tuvieron la visión para organizarse alrededor de la transición energética y la nueva economía a desarrollarse alrededor de esta, le apostaron al desarrollo tecnológico para ofrecer soluciones y atender a un mercado que ha ido madurando por años, y mientras tanto, cumplen con los anuncios verdes internacionales.
China tiene una visión clara, convertirse en potencia económica y tecnológica, y la transición energética presenta una oportunidad fundamental en esta carrera. Pero esta oportunidad no es de posicionamiento como líder en descarbonización, es una oportunidad de mercado cuyo principal objetivo es desarrollar aún más su economía.
Y mientras se desarrollan, van trabajando en un plan a largo plazo, no abrupto, que les permita llegar al net zero de manera organizada, planeada y sin generar disrupciones en su senda de crecimiento. Como dijo alguien en una reunión a la que asistí hace unos días “es que la transición energética es uno de los lujos que se pueden dar los países ricos.”
Si uno busca los principales temas en los que Colombia importa para los analistas internacionales, aparecen narcotráfico, guerra y paz. El tema energético o climático doméstico no es incidente en el sistema internacional, por lo que podría pensarse que la política energética y climática deben construirse alrededor de las necesidades colombianas.
Lo anterior no quiere decir que el país se aísle de la realidad internacional o de la gobernanza climática, pero si algo se pudiese aprender de la fórmula China, es que buscar el desarrollo nacional tan necesario para los colombianos, no va en contravía del trabajo global en la lucha contra el cambio climático, y que es válido construir un país que priorice sus necesidades encontrando su camino sostenido a la descarbonización.