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El viento es una fuerza natural que el ser humano ha aprovechado desde la antigüedad. En la mitología griega, encontramos que el dios Eolo era quien controlaba los vientos; en los mitos nórdicos, para los vikingos navegantes, era el dios Njörd; y en los mesoamericanos, Ehécatl era quien manejaba el viento y las lluvias.
Este elemento ha servido para mover desde pequeños molinos de bombeo de agua hasta los famosos gigantes inmortalizados en el Quijote, que aún hoy podemos encontrar en ese lugar de la Mancha llamado Campo de Criptana y que han sido usados para moler grano y para la producción de alimentos a una mayor escala.
Como fuente de energía eléctrica, no fue hasta 1887 que fueron creadas dos tipos de turbinas eólicas para autogeneración de electricidad, una en Escocia por el físico James Blyth y otra en Cleveland por Charles Brush, inventor millonario. Y fue en la década de 1920 que se construyeron las primeras turbinas comercializables en Minnessota.
A pesar de lo anterior, no hubo mayor interés en desarrollar esta tecnología a gran escala hasta mucho después, debido a que la nueva sociedad que estaba por nacer necesitaba grandes cantidades de energía, con mayor potencia, mejor eficiencia de conversión y suministro confiable, lo cual se encontró en los hidrocarburos.
Fue con la disrupción en el sistema energético, causada por la crisis del petróleo de 1973, que se incentivó la financiación de programas gubernamentales para construir prototipos de turbinas eólicas en el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos, entre otros.
Hoy, luego de 50 años, y gracias a la inversión y desarrollo de empresas privadas y subsidios de gobierno (posibles, en parte, gracias a los consumidores y contribuyentes), la industria de la energía eólica no solamente es una realidad en el onshore (en tierra) y offshore (en mar), sino que es una de las promesas para lograr un futuro energético descarbonizado.
Según la Agencia Internacional de Energías Renovables - Irena, la energía eólica y la solar liderarán la descarbonización del sistema de generación de energía eléctrica a nivel global. Y esta misma entidad estima que, la generación eólica costa afuera y onshore generarían más de 35% del total de la demanda de electricidad mundial para 2050.
Hay que resaltar que la innovación y el avance tecnológico han sido claves para el desarrollo de esta tecnología protagonista en el camino al net zero. Desde 1990 en Europa se está ampliando y perfeccionando el desarrollo eólico costa afuera, una apuesta costosa que ha demandado enormes subsidios de los gobiernos europeos.
Hoy está en ebullición alrededor del mundo, Estados Unidos está aprendiendo de Europa y ha ido implementando a manos llenas proyectos alrededor de sus costas; en América Latina, son Brasil y México los que llevan la parada, y Colombia tiene la intención de desarrollar proyectos, pero tiene muchas dificultades y desafíos en política pública y de entorno.
Existe la oportunidad de que el país entre en la tendencia de grandes progresos eólicos, una industria que puede generar muchos beneficios para los colombianos, sin embargo, se requiere atraer inversión y para ello, garantizar estabilidad jurídica, seguridad física, entre otras condiciones que hagan atractiva a Colombia para recibir el capital que se necesita para cumplir la promesa del viento.