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Tras semanas de marchas y bloqueos, el jueves pasado la Cámara de Representantes realizó una audiencia pública en Cali para darle voz a los ciudadanos. Durante la jornada, hablamos con más de 70 personas entre jóvenes, empresarios, dueños de negocios y trabajadores, entre otros. Además de la audiencia algunos congresistas de diferentes partidos nos fuimos al oriente de la ciudad para conversar con mayor profundidad con los jóvenes.
Muchos de ellos expusieron las razones genuinas que los han llevado a las calles en uno de los paros nacionales más prolongados de los últimos años. Y es que no podemos negar que Cali sigue siendo una ciudad terriblemente segregada, violenta, clasista y racista.
Amo a mi Cali, quiero vivir y trabajar por ella por el resto de mis días, pero si no somos capaces de hacer una reflexión sobre los cambios que necesitamos generar difícilmente vamos a superar lo que estamos viviendo.
Lo digo, porque pareciera que Cali está atrapada en el tiempo, con altas tasas de desempleo, brechas en el acceso a educación y altísimas tasas de muertes violentas. En 1993, hace casi 30 años, el desempleo era de 7,7%. Antes de la pandemia, a finales de 2019, la cifra era de 12%, y hoy se encuentra en 18,7%.
Si bien la tasa de cobertura en educación ha aumentado en estos años para preescolar y primaria, la educación media se ha reducido notoriamente, pues en 1993 la cobertura era de 78,4% y para 2019 fue de 64,1%. Esto demuestra, de nuevo, que el logro educativo final de los estudiantes se ha reducido con los años y se han aumentado las personas que no completaron el bachillerato. En las últimas décadas Cali no ha tenido el mismo crecimiento que sus pares. En cifras de pobreza es la segunda capital, después de Bogotá, con mayor población pobre de Colombia. Cali aporta 10,6% de todos los pobres del país y sus cifras de pobreza alcanzaron a casi un millón de sus habitantes (41% de la población). Lo mismo sucede si se habla de pobreza extrema, el 8% de todos los pobres extremos del país están en Cali, las cifras de pobreza extrema alcanzaron casi 350.000 personas (15,2% de la población).
Debemos ser reflexivos, autocríticos y entender las diferentes perspectivas, pero para actuar y encontrar salidas a esta situación que nos afecta a todos. Ha sido terriblemente doloroso ver que las empresas y negocios que con tanta dificultad estaban empezando a pararse después de las consecuencias de los encierros por cuenta de la pandemia ahora no pueden trabajar por los bloqueos. Hay empresas que sencillamente no van a aguantar. La Cámara de Comercio de Cali hizo una encuesta en la que revela que por cuenta del paro nacional más o menos 7% de las empresas habían sido vandalizadas y 36% reporta que está considerando cerrar.
Tenemos que encontrar una agenda social que combine los reclamos de los jóvenes y la reactivación empresarial. Porque de lo contrario, si se nos quiebran las empresas, los jóvenes no van a tener donde trabajar y no va a haber quién pague los impuestos para programas sociales como la matrícula cero. Varios de los problemas sociales de Cali persisten en el tiempo. Esto es un llamado a crear una agenda profunda para que la reactivación no sólo sea económica sino social y que nos ayude a que Cali, sus jóvenes, sus empresas, y todos sus ciudadanos puedan avanzar con determinación en sus indicadores de desarrollo.