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Una cosa que se pasa por alto cuando se habla de la clase media en Colombia es que no se trata de un nivel de ingreso. Es mucho más. Tiene que ver con los niveles de confianza y cohesión social, y sobre todo con una mentalidad que mira hacia adelante con optimismo y se siente capaz de forjar su propio futuro.
Existen, por lo menos, tres maneras de “definir” la clase media: por niveles de ingreso, por estatus social o educativo, o por aspectos culturales o de mentalidad. Si nos vamos a los puros criterios económicos entre 24% y 33% de la población colombiana pertenece a la clase media. Según el Dane, los hogares por nivel de ingreso que se pueden caracterizar como clase media tienen en promedio cuatro personas con ingresos entre los $2.7 y $14.8 millones.
Pero, la definición con criterios culturales y de mentalidad que mejor recoge lo que, a mi juicio, es la clase media se la vi en una presentación a David Escobar Arango, director de la caja de compensación Comfama. David afirma que “ser de clase media no es sólo superar un umbral de ingresos, sino adueñarse de la propia existencia. Es confiar en el futuro y construirlo: estudiar mucho y disfrutar de la cultura. Es educar a los hijos para que sean libres, sigan su pasión, nos trascienden y vuelen lejos.” Esta manera de ver a la clase media, que recoge mucho de la literatura y discusión reciente sobre el tema, señala cuán importante es trabajar por ampliar y consolidar la clase media en Colombia.
Una persona de esta clase, usando esta definición, sabe que es arquitecto, forjador y responsable de su propio destino. Esto significa que está menos pendiente de lo que el Estado y la sociedad le puedan proveer y más invertido en ser un actor productivo de la misma. La narrativa del “resentimiento” no cabe en la clase media, pues el responsable de lo que se logre en la vida es uno mismo y no de “los ricos”, “empresarios”, “políticos” o cualquier otro enemigo de turno. Se promueve una narrativa social mucho más apta para el bienestar general, la responsabilidad y libertad individual y la colaboración entre distintos.
Asimismo, llama la atención cómo en la mentalidad de clase media se privilegia la educación y la cultura, que es además de un derecho un deseo de los padres para sus hijos y esta mentalidad debe llevar a una mayor participación e involucramiento de los padres en el proceso educativo. También, es interesante que se quiere que los hijos superen a sus padres, de esta manera apoyando una mayor movilidad social intergeneracional. Otra característica que enamora es la importancia de la cultura, reconociendo que “no sólo de pan vive el hombre” y que disfrutar del tiempo libre con expresiones culturales es parte fundamental de la calidad de vida.
Lo que angustia una vez queda claro lo deseable de tener más gente en la “clase media” es lo poco que se hace desde la política pública para fortalecerla, consolidarla y evitar que los que logran llegar se devuelvan a la pobreza. En especial, porque no es sino revisar cualquier índice mundial para darse cuenta que la consolidación de la clase media va de la mano con el desarrollo económico y social. Por eso, duele que brillen por su ausencia en el gobierno Petro narrativas que la resalten y enaltezcan. De escucharlo a él y a sus ministros en este país no hay sino élites y gente desvalida.
Una vez más la reforma tributaria le pega duro (durísimo) a los que trabajan con ahínco por su futuro y no tienen dónde esconder su patrimonio o sencillamente no son sujetos de renta. Los de la mitad vamos a pagar más impuestos con esta reforma. Como ocurre con todas.
Pero, quizá, lo más triste de la invisibilización de la clase media es que esa voz, menos sujeta al populismo, mejor equipada para traer a la conversación los temas con los matices necesarios, seguirá siendo una mayoría silenciosa atrapada entre la soberbia de las élites y las consignas de los manipuladores de la turba.