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A riesgo de tener que enfrentar a mis colegas economistas, quisiera plantear el costo que los países latinoamericanos han tenido que sufrir por excluir en muchos de nuestro análisis aquellas reflexiones que provienen de otras áreas de las ciencias sociales. Mientras el desarrollo se centra cada vez más en el crecimiento del PIB y en lograr los equilibrios macro, hemos dejado a un lado la gente, sus condiciones de vida, las brechas de género, la política y sus expresiones de poder, la cultura, las diversidades étnicas, y como si fuera poco, crisis tan apabullantes como el cambio climático.
Lo decía Dani Rodrik quejándose de la incapacidad de nosotros para ampliar nuestras visiones hacia nuevas realidades. ¿De pronto han sido parte del ceteris paribus que nos enseñaron en la universidad? Pero resulta que esas estrategias de la tecnocracia a la cual muchos de nosotros pertenecemos, no han sido capaces de cerrar o peor aún de frenar la ampliación de la brecha entre nuestros países y el mundo rico.
Desde todas las esquinas analíticas se habla de la crisis de América Latina. Alberto Vergara en su reciente libro Repúblicas Defraudadas, habla “del hartazgo que ha permeado el continente desde hace mucho y que los sondeos capturan año tras año; … casi 80% de los latinoamericanos piensa que sus países son gobernados por actores poderosos que buscan el beneficio propio y no el del pueblo.” Y concluye que “no es un sentimiento de izquierda o de derecha … es un hartazgo de tinte republicano.
¿Es entonces uno de los pecados del economicismo ignorar la dimensión del peso del ejercicio de la política? Esta es una variable fundamental para entender la crisis de América Latina y Colombia no es la excepción. Pero Vergara nos cuestiona al afirmar que es necesario “integrar intelectualmente diferentes áreas de estudio (…) para así acercarnos a comprender la complejidad de (…) los hartazgos ciudadanos”. Si a nosotros nos queda alguna duda Vergara nos dice que estas manifestaciones “van más allá de la repartición del PIB y de su vástago, el coeficiente de Gini.” Como la ven, estimados colegas.
Pero hay más. La socióloga, Karina Batthyány directora de Clacso, afirma: “Si una imagen puede sintetizar el momento actual de América Latina y del mundo, es la de la encrucijada: una encrucijada compleja, debido a que se produce por una conjunción de fenómenos económicos, ambientales, políticos, ideológicos, culturales, sociales y sanitarios.” Agrega que esta complejidad trasciende los graves problemas de pobreza, empleo o concentración de la riqueza.
Y explícitamente señala dimensiones que ignoramos: derechos humanos, desigualdades, migraciones, corrupción, violencia, inseguridad, derechos de los pueblos indígenas, la débil institucionalidad estatal, movilización social, y en particular la democracia. Más claro no es posible: los economistas abordamos realmente, para ser sinceros, una parte reducida de esa complejidad, para no mencionar que además con arrogancia ignoramos sus interrelaciones con la vida real.
Realmente solo somos uno de los tantos analistas de la visión de nuestra sociedad. En estos momentos, cuando es necesario realinear el norte de nuestra región y encontrar nuevos rumbos, ¿tendremos la capacidad de aceptar que la mirada de nosotros los economistas ha sido insuficiente y por lo tanto limitada para diseñar el futuro? Y una pregunta más de fondo: ¿Seremos capaces de reconocer con humildad el fracaso del economicismo dada nuestra inmensa vanidad?