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Muchos hechos actuales justifican plenamente traer de nuevo la famosa pregunta de Darío Echandía “¿El poder para qué?”. La verdad es que han llegado a altos cargos públicos personas sin trayectoria en este tipo de funciones y casi con seguridad nadie cayó en cuenta por las presiones propias que viven estas instituciones, que era necesario un entrenamiento mínimo. Los resultados son obvios. El presidente Petro día a día tiene que salir a defender a quienes el escogió para estas posiciones porque la avalancha de críticas es de tal nivel que es imposible atribuirla solamente a los llamados contradictores del gobierno. Por ello cuando es evidente que muchos están en la mira del país, es necesario recordar lo que significa asumir este tipo de funciones, especialmente por parte de aquellos que tuvimos el privilegio de hacer carreras largas antes de llegar a niveles altos con inmensas responsabilidades en el Estado.
Nada más fácil que cometer errores al frente de instituciones tan complejas como las que tienen naturaleza pública. Más fácil aun cuando muchas se reciben en mal estado. Muchos hemos vivido esas realidades. Por algo existen entidades que vigilan el actuar de quienes asumen estas responsabilidades cuando se ejecutan recursos del Estado. Pero además la ciudadanía tiene todo el derecho de vigilar su desempeño porque debe recordarse ahora más que nunca, que los fondos que se manejan provienen fundamentalmente de los impuestos que pagan los ciudadanos.
Lo primero que debe recordarse es que al asumir un cargo público, del presidente para abajo, se jura cumplir con la Constitución. Una constitución llena de derechos por los cuales los funcionarios públicos deben responder. Este es el primer deber que significa sacrificios, óiganlo bien, grandes sacrificios en términos de tiempo, de energías, de pérdida de espacio para la vida familiar y privada en general. En un país injustificadamente desigual, las presiones son infinitas porque la verdad es que estamos lejos de poder garantizarle una vida digna a todos los colombianos como debería ser.
Es inaceptable cuando un funcionario público usa recursos del Estado para su beneficio, el de su familia o de sus amigos, como se esta denunciando permanentemente. Es inmensamente peligroso interpretar la llegada a un alto cargo público como si fuera el momento de las oportunidades personales, es decir, no de empezar a cambiar el país sino de pagar favores, de hacerlos para esperar retribuciones y de buscar prebendas. La tentación de rodearse sólo de amigos sin medir sus capacidades y su transparencia es un suicidio porque quien termina pagando los platos rotos de esos errores es quien ocupa el cargo y no aquellos fieles pero incapaces o deshonestos.
Pero además, el costo para el país de los errores cometidos por sus funcionarios va en relación directa con el nivel de la posición alcanzada. Es decir, funcionario de bajo nivel error pequeño y altísimo funcionario error inmenso. Esto tan sencillo, pero tan trascendental, se ha debido advertir a muchos y le hubieran evitado al presidente Petro muchos dolores de cabeza.
¿El poder para qué? Para todo menos para abusar del mismo desviándole de la misión que se debe cumplir. Este obvio mensaje no parece haberles llegado a muchos de los que hoy ocupan posiciones de altísimo nivel no solo en el Ejecutivo sino también en los demás poderes.