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Para quienes hemos participado en muchos gobiernos, es muy claro el verdadero significado de ser Colombia un régimen presidencialista. No se trata solo de seguir el modelo estadounidense, ejemplo por excelencia, en el cual hay tres poderes independientes, el Ejecutivo con el Presidente a la cabeza, el Legislativo con el Congreso de la República y el Judicial con las cortes, sino de un poder de hecho, menos explícito, que tiene el primer mandatario. Obviamente como en toda democracia, el Presidente de la República tiene límites que le impone la Constitución Política, que jura respetar apenas asume esta posición.
Se necesita haber estado en puestos públicos clave para entender lo que realmente significa el poder presidencial en este tipo de gobierno. Su impacto es inmenso no solo sobre los grandes temas nacionales e inclusive en aquellos de interrelación con el resto del mundo, sino en los propios ciudadanos del país que dirige. Y es en esta dimensión donde hay que conocer el impacto que tiene la palabra del Presidente de Colombia. Así no sea su intención, sus pronunciamientos se interpretan como mandatos, si no por toda la sociedad sí por lo menos en algunos sectores, usualmente afines a la corriente política del Presidente. Es posible que quien llegue a la primera magistratura no sea consciente de esto, pero por su propio bien y por el del país, el Primer Mandatario tiene o mejor debe entender claramente esta dimensión de su poder, desde el primer día de su gobierno. Si reconoce o no el alcance de lo que afirma es harina de otro costal. Pero ese mandato queda en la memoria de muchos y no es fácil borrarlo del imaginario colectivo.
Es decir, es tan poderosa la voz del Presidente que una vez pronunciadas esas palabras no hay marcha atrás: lo dijo y esas ideas van tomando fuerza, no solo entre sus subalternos, sino dentro de sus electores, especialmente entre aquellos unidos a sus ideales, o mejor, a sus propósitos. Ahora bien, cuando esos mensajes quedan por escrito, cambiarlos por inconvenientes o borrarlos es prácticamente imposible. Más aún, tratar de darles otro significado al que resulta evidente, entre otras por el contexto en el que se dan, es un riesgo que no debería correr quien tiene la responsabilidad de gobernar la Nación.
Colombia es un país muy politizado que precisamente por haber vivido en medio de conflictos que se suceden permanentemente, en el día a día pocos se pueden desconectar de lo que dicen o hacen sus líderes. No somos como aquellos individuos que viven en sociedades desarrolladas, donde las reglas del juego se cumplen y, por lo tanto, los ciudadanos pueden darse el lujo de solo preocuparse por su vida personal. Al faltar tantas cosas por resolver, los colombianos seguimos en manos de la política, y lo que afirma el Presidente de la República tiene mucha fuerza por su incidencia en la vida cotidiana de todos.
La historia nos confirma que las palabras de quien dirige esta Nación no se las lleva el viento, sino que se adentran en la mente de millones de colombianos, de manera que para muchos se convierten en mandatos. Este reconocimiento hoy más que nunca es vital precisamente por el nivel de confrontación que vive el país, la prudencia es el camino adecuado.