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Planeación del presupuesto, balance de lo gastado en diciembre y ajustes frente a las alzas de enero, es parte de los ejercicios que cuidadosamente realizan las familias colombianas para el inicio de año; sin embargo, las recientes decisiones de política económica que muchas veces no se comprenden por su lenguaje técnico, invitan una breve pero práctica explicación que oriente cómo disponer de las finanzas e inversión de los hogares.
El primer rasero de medición de las familias en ese “hasta dónde alcanza la plata”, es el salario mínimo. Lo que desconoce el colombiano promedio, frente a su aumento desproporcionado para este año, es el concepto de indexación, que explica cómo ese “mínimo” más alto, presiona la subida en la misma proporción e incluso en un margen mayor, los productos de la canasta familiar y los servicios. De esta manera, con lo ganado se cubre menos de lo gastado, restando capacidad adquisitiva, generando una menor demanda (capacidad de compras y consumo), por ende, menos dinero circulante en la economía. Un impacto directo al bolsillo del mismo asalariado.
Revisemos ahora la situación del empleador o quien paga ese salario. Un salario mínimo desequilibrado, más que repercutir en el gran empresario, afecta al naciente emprendedor, al tendero y al microempresario, que ahora, se enfrenta a dos decisiones: o recorta su personal, pues con lo que pagaba diez empleados ahora solo puede pagar ocho, o simplemente disminuye su capacidad de oferta de productos y servicios, entonces no crece o no vende, contrayendo la economía al restarle dinámica productiva.
Otro golpe a los más de 15 millones de colombianos que se encuentran en la informalidad o sin empleo y a las PYMES que a duras penas alcanzan a pagar esas nóminas, al carecer además de incentivos gubernamentales. Como quiera que el país seguirá moviéndose sobre la incertidumbre producto de la política en año preelectoral y un crecimiento económico paupérrimo de apenas un 2,5% en el PIB, el consumidor se volverá cada vez más racional al momento de la toma de sus decisiones económicas.
De esta forma, si bien la inflación tiende a seguir cayendo hasta un 5%, el colombiano se refugiará en la adquisición de estrictamente lo necesario y comenzará a explorar nueva y tímidamente, la compra de bienes durables como la vivienda, que estaba en caída, producto de la progresiva reducción de las tasas de interés y también la de usura al 24,89%, que le facilitará un mayor acceso a crédito de consumo.
Aquí los héroes serán nuevamente aquellos a quienes tanto han atacado: los empresarios, pues por el lado del gobierno, con la crisis fiscal, incrementar el gasto público en obras e infraestructura que tanto requiere el país y que contribuye a la generación de empleo, por ahora será imposible. De hecho, se requiere una atenta vigilancia y denuncia ciudadana frente a medidas que ampliarán ese déficit en lo público, por obtener beneficios electorales, dejando a un lado temas esenciales para el país como salud y seguridad.
El insuficiente aumento de la unidad de pago por capitación - UPC (valor que paga el Estado a las EPS por afiliado) o la severa reducción de recursos para el funcionamiento de la Fuerza Pública, operación de aeronaves, inversión tecnológica e incluso su equipamiento que impacta el bienestar y motivación de sus integrantes, son evidencia de ello.
Este 2025 invita a mantener un comportamiento prudente en materia económica, que privilegie el ahorro, pero también que explore la inversión en agro y construcción, así como la creación de nuevos emprendimientos, que diversifican el portafolio de ingreso familiar en los sectores de mayor impulso como el turismo o de menor inflación como la producción de materias primas, que mantendrán un precio bajo y que benefician el mercado local. Es momento de cordura, de avance mesurado y trabajo intenso, pero sin duda será el año de la esperanza.