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El querer cambiar la historia y la realidad con decretos, leyes y campañas ideológicas, amparadas en sonoros discursos de igualdad e inclusión, podría dar paso a nuevas imposiciones extremas y negacionistas, desconociendo incluso la luz del sol y el valor de las mayorías.
La pretensión de la Comisión Europea de negar la Navidad, para no herir otras cosmovisiones de la existencia y como actitud incluyente modernista, demuestra la socarrada intolerancia ideológica que raya con el nacimiento de nuevos totalitarismos.
Sin duda, la preocupación por acabar toda discriminación es justa. Sin embargo, la propuesta de algunos en la Unión Europea es equívoca en la manera de promoverla, pues se corre el riesgo de pasar por encima de evidentes diferencias culturales y personales que a cambio de generar crispaciones constituyen un espacio de integración y crecimiento mutuo.
Acabar hoy con la Navidad y mañana con otras celebraciones de la cultura cristiana, es vivir de espaldas al origen del mundo Occidental y a su presente rico y diverso. Pretender cortar las raíces con el hacha del llamado revisionismo igualitario e histórico es destruir la misma identidad de la persona humana.
Ante estos intentos, llenos confusión y retroceso, vale la pena ir a las fuentes de la historia y recordar que en el marco de la gran historia univeral Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del emperador Augusto.
Un buen emperador que en esa época ordenó un censo, una iniciativa política y fiscal obligatoria, que de alguna manera ayudó a al cumplimiento de la promesa escrita por el profeta Miqueas: “Mas tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será gobernante en Israel“.
El Niño Jesús nació en el lugar de la promesa y en la “plenitud de los tiempos“. Así, la historia del imperio romano también se compenetró en la historia de la salvación y dio inicio a un nuevo cómputo del tiempo, un antes y un después de Cristo. Su nacimiento es un hecho histórico que toca a la humanidad de todos los tiempos.
En la modernidad actual de globalización, integración y reclamación de los derechos humanos, y de las mascotas, la verdad del Niño Jesús sostiene la historia de la humanidad y colma de sentido y riqueza espiritual al que lo busca y sigue. La llegada de este Niño, Salvador del mundo, es principio y fin de todo, roca firme.
El pesebre de Belén es catédra que se abre a lo trascendente. Prohibir su conocimiento es caer en las redes del pensamiento único y líquido que se cierra a lo trascendente, buscando prohibir que levantemos la mirada a la eternidad, rechazando al que quiere vivir delante del máximo misterio de Amor o simplemente burlando al que le dice a Jesús: ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven, no tardes tanto!.