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Caminar se volvió un deporte de alto riesgo. En el país hay innumerables problemas más complejos, pero este, que es menor, afecta a muchas personas. Creo, además, que es una situación parecida a la del experimento de la ventana rota: un cambio pequeño afecta mucho el entorno.
En un vecindario en buenas condiciones se rompe una ventana de un edificio y no se arregla. La señal de la ventana rota es que hay desgreño y que hay se puede hacer lo que sea, que no importa. El entorno general se deteriora rápidamente.
Lo contrario también se ha hecho. Una barrio deteriorado y peligroso se pinta y organiza externamente y el delito se reduce.
En la ciudad se volvió peligroso caminar porque los andenes fueron invadidos por bicicletas, patinetas, bicicletas con motor, bicicletas con motor y carrito adicional con pasajeros y hasta motos de las de verdad verdad.
Una amiga me dijo hace varios años que votaría por Claudia López para alcaldesa porque en un discurso había dicho que impediría que las bicicletas anduvieran por los andenes. Era razonable, pero lo cierto es que nada se hizo al respecto.
Es posible que usted, como yo, conozca personas que hayan sido atropelladas en el andén, unas más gravemente que otras, pero todas de forma absurda. Por donde camino pasan a alta velocidad todo tipo de medios de transporte de ruedas, y no lo hacen pidiendo permiso o perdón, sino como si el que estuviera haciendo algo incorrecto fuera uno, el peatón.
Entiendo que es difícil controlar esto. Comprendo que la policía tiene muchas cosas que hacer. Pero es que no hay ni una mínima intención de corregir el problema. Si uno sale en “pico y placa” puede que no lo detecten, pero sabe que está cometiendo una irregularidad y que lo pueden multar; trata de esconder su delito. Pero ¿quién que va en bicicleta no se siente que es dueño de la calle y del andén? Es como si por usar un medio ecológico de transporte eso lo autorizara a hacer cualquier cosa.
¿Hay, acaso, alguna normatividad al respecto? Y no se trata solo de defender al peatón; también está el peligro la vida del mismo ciclista o del usuario de patineta. En un curioso efecto psicológico, quien va en la bicicleta, como ve los peatones y los carros adelante, supone que ellos lo deben ver a él. No importa que sea de noche y que vaya en vestido oscuro y a alta velocidad. “Si los veo, me ven”, piensa, pero no es así. Manejar de noche, en especial en los cruces, tiene ese riesgo adicional: cerrarle sin querer el paso a una bicicleta que no se vio, con el peligro lesionar el ciclista.
¿No deberían llevar obligatoriamente luces si transitan de noche? ¿No deberían las empresas para las que trabajan (cuando es el caso) recomendarles, enseñarles, que es importante ser muy visibles para evitar accidentes, máxime con la premura permanente que los acompaña? ¿No debería la policía, al menos de vez en cuando, parar a estos ciclistas y recomendarles no ir por donde no deben y sin los elementos de seguridad mínimos?
Si cada cual hace lo que quiere sin pensar en las consecuencias de sus actos en los demás eso va escalando y cada vez es más difícil entender qué conductas con consecuencias más graves no se deben hacer.
Esperemos que algún día a un gobernante le importen también los pequeños detalles que hacen la vida en común civilizada… o no.