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Hay que sacar la basura. Y lavar los platos y tender la cama. Y mil cosas más para simplemente sobrevivir. Es natural que dediquemos parte de nuestro tiempo a esas actividades que nos permiten estar vivos y sanos, y que gastemos otro tanto en las que nos permiten vivir en comunidad. Pero ¿cuánto?
Estos días he estado dedicado a ir de una oficina a otra recolectando documentos para presentar en otra oficina para obtener otro documento que me permita viajar. Y no puedo dejar de pensar cuánto de mi escaso tiempo en esta vida lo he dedicado a actividades, quizá “indispensables”, pero que no han aportado nada a nadie ni a mí mismo.
Es mi responsabilidad, claro, pero también de quienes dirigen y gobiernan. Creo que una obligación, un tanto desapercibida, de un buen directivo es garantizar que las personas de su organización no tengan que realizar actividades innecesarias. O, para decirlo de mejor, que tengan el mayor tiempo libre posible.
Me dirán que, ¿cómo así que tiempo libre? ¿Acaso para qué nos pagan si no es para trabajar? Permítanme citar a un gran profesor soviético, V. Sujomlinsky: “cuanto menos tiempo libre tiene el maestro, cuanto más se le recarga de planes, informes y reuniones de toda índole, más se arruina su modo espiritual”. Naturalmente, no afirma que los profesores no deban dar sus clases; lo que quiere es liberarlos de todas esas actividades inútiles que les dejan sin tiempo libre, para que así puedan ser, precisamente, mejores profesores.
Creo que eso se aplica a cualquier cargo u oficio. Una persona que atiende una ventanilla estará más descansada, más atenta y será más amable si su jefe ha respetado su tiempo y la ha librado de, por ejemplo, llenar papeles y papeles que nadie va a revisar nunca.
No puedo terminar este artículo sin mencionar el tiempo que perdemos por culpa de los políticos
Y Sujomlinsky va más allá. Un buen tiempo libre, bien utilizado, en opinión de él escuchando, por ejemplo, un buen concierto, enriquece el alma, y esa riqueza se va a manifestar en todas las relaciones, personales y profesionales.
Volviendo a nuestros platos y nuestra basura, sí, son actividades que con un poco de voluntad se pueden, incluso, hacer de manera agradable. Se pueden ver como una forma de, digamos, hacer ejercicio, de jugar con el agua y las burbujas. Pero hay actividades que simplemente no son así.
Una historia lo ilustra muy bien. Se sabe de prisioneros sometidos a trabajos forzados; pero algunos fueron obligados a algo aún peor: los hacían llevar montañas de arena del punto A al punto B, para al otro día hacerlos regresarla del punto B al punto A. Una completa tortura. Construir una carretera forzadamente es terrible, pero al menos se sabe que está quedando una carretera, se está haciendo algo valioso. Pero llevar arena de un lado para otro sin ningún propósito es aterrador.
¿Cuántas cosas hacemos en la vida que son así? Y peor, ¿cuántas forzamos a otros a que las hagan?
No puedo terminar este artículo sin mencionar el tiempo que perdemos por culpa de los políticos que se pasan los días creando debates y debates que, como la arena, no nos llevan a ningún lado. ¡Cuánto tiempo perdemos escuchándolos! Como barrer o lavar la ropa, uno que otro debate es necesario y más en determinados momentos, pero ¿todo el día? ¿Todos los días? ¡Con todas las cosas valiosas que hay que hacer, que ver y que oír!
Rebelémonos ante las cosas innecesarias de la vida.