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¿Viene un mundo mejor? ¿Quién puede creer algo así? Pues bien, lejos de las muchas noticias que hacen tanto ruido y que generan tanta ansiedad, hay otras muy alentadoras que desafortunadamente pasan desapercibidas.
Una de ellas, magnífica, se puede encontrar en el canal de YouTube Veritasium subida en español hace unos días, llamada La cosa más útil que la IA ha hecho nunca. Y que entrevista a dos de los premios Nobel de química de 2024.
En resumen, apoyados en los actuales desarrollos de inteligencia artificial se ha podido encontrar una forma de entender y predecir la estructura de las proteínas. No parece gran cosa, pero poder hacerlo permitirá crear nuevas proteínas que eliminen muchas enfermedades, como las autoinmunes o el cáncer, desarrollen nuevas vacunas, fijen gases de efecto invernadero o descompongan la basura plástica… ¡entre otras cosas!
Sí, parece un poco exagerado, pero es que las proteínas cumplen un papel central en todos los mecanismos de la vida, y su estructura -la forma en que se enrollan- es extremadamente compleja. Hasta hace muy poco, el esfuerzo de décadas de científicos brillantes, dedicados y con todos los recursos, había podido descifrar 150.000 estructuras de proteínas, y, de pronto, con la nueva tecnología en pocos años se han descifrado 200 millones, es decir, 1.300 veces más, un cambio gigantesco.
Esto me lleva a una reflexión. Hemos considerado a los recursos naturales como algo fijo, quizá enorme, pero en todo caso, limitado. Sin embargo, los recursos que nos importan dependen realmente del uso que podamos dar de ellos más que de su cantidad física. Por ejemplo, cuando se inventa un sistema de refinamiento de petróleo y un motor de combustión, el petróleo pasa de ser algo inútil a ser “oro negro”; y cuando se inventa un motor igual de potente, pero que consume la mitad del combustible, los recursos naturales de petróleo se duplican, aunque físicamente siga habiendo la misma cantidad.
Pienso en las famosas tierras raras, tan apreciadas y posible motivo de grandes enfrentamientos. Si la IA permite -como ya lo ha hecho- desarrollar nuevos materiales a partir de elementos sencillos y muy abundantes de la naturaleza, es posible que esas tierras raras pierdan su valor y dejen de ser “escasas”.
No sería la primera vez que pasa algo así. Es más, sería una de las muchas veces que algo así ha pasado antes. El ciclo es más o menos conocido: un adelanto de la humanidad genera un nuevo problema que es luego solucionado con un nuevo avance que genera nuevos retos. Y, no sin razón, algunas personas se preocupan y creen que vamos hacia el desastre, pero no ha sido el caso. Claro, ¿podrá ser siempre así? No necesariamente tiene que serlo, pero hay buenas razones para pensar que sí lo será.
Malthus, hace dos siglos, predijo hambrunas fruto del crecimiento de la población, pero porque fue incapaz de ver lo que traería el futuro y lo absurdas que iban a resultar sus predicciones. Hoy, muchos ven cerca el fin de la humanidad; pero la verdad es que somos incapaces de predecir todos los descubrimientos y los cambios que, muy seguramente, harán ver nuestras actuales angustias como infundadas.
¿No debemos preocuparnos por nada? No digo eso, no es ese mi mensaje. Solamente que nos ocupemos del presente y no nos adelantemos a tragedias futuras que quizá podremos evitar.