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Este título puede sonar contradictorio, sobre todo cuando en las últimas columnas hemos hablado del líder como una persona cercana a su equipo, que alcanza importantes objetivos organizacionales mientras empodera y escucha a los demás. Decir que un líder abusa o impone su poder puede generar confusión. Sin embargo, el objetivo de este oxímoron es analizar el momento en el que un líder se desdibuja por la ambición.
Los buenos líderes suelen alcanzar los puestos más altos en las empresas, ganándose el reconocimiento y la admiración de sus colegas. Siempre se ha dicho que escalar en una organización es lo ideal y, en muchos casos, el objetivo deseado. Pero se debe tener cuidado, porque el poder puede volverse adictivo. Más de uno, en su afán por mantenerse en la cumbre, termina moviendo estratégicamente sus fichas para prolongar su permanencia.
En ese afán, la cultura organizacional se transforma bajo el mandato de un líder que prioriza su permanencia sobre el bienestar de la empresa. Poco a poco, las decisiones dejan de basarse en lo correcto para centrarse en lo conveniente. El ambiente laboral se deteriora, erosionando la confianza y el respeto entre los miembros del equipo, y los líderes se dedican a amasar su riqueza o poder. Dejan de actuar como líderes y se convierten en tiranos.
Como dice Mark Bowden, periodista y escritor americano, “el poder gradualmente hace que el tirano se aísle del mundo” y trae consigo paranoia. Estos líderes pasan de tener un círculo de confianza cercano a imaginar que todo el mundo está en su contra. Se encargan de generar cizaña, de aislar a las personas, de generar duda entre quienes lo rodean y culpan a las externalidades de todo lo que pasa. Al final, estos líderes se desconectan de las habilidades sociales que los llevaron al cargo, para conectar con ese deseo de seguir creciendo y mandando.
Para evitar caer en la tiranía del poder, Dacher Keltner, profesor de la Universidad de California, recomienda cultivar la empatía, la gratitud y la generosidad. Expresar agradecimiento, reconocer públicamente el trabajo de los demás y compartir el protagonismo son prácticas esenciales para un liderazgo saludable.
Keltner también destaca la importancia de la autoconciencia, invitando a los líderes a reflexionar sobre los cambios en su comportamiento al asumir un nuevo cargo. Preguntas como: ¿Escucho menos a mi equipo? ¿Interrumpo a los demás? ¿Evito el contacto visual cuando me hablan? ¿Creo que mi tiempo vale más que el de los otros? pueden ayudar a evaluar si el liderazgo sigue siendo colaborativo o si está derivando en autoritarismo.
Keltner también invita a mirar hacia atrás y recorrer el camino que les ha permitido llegar al cargo en el que están hoy para nunca olvidar de dónde vienen.
El liderazgo no se mide por la cantidad de poder o control que se ejerce, sino por la confianza que se inspira en el equipo. A corto plazo, un líder tirano puede imponer resultados, pero a largo plazo terminará caminando solo. Su equipo, agotado y desmotivado, dejará de innovar y la cultura organizacional se fracturará.
En el liderazgo actual, en el que las personas buscan trabajar con propósito y las empresas requieren innovación y agilidad, el autoritarismo y la ambición extrema son un vuelo directo al fracaso. El liderazgo es influencia, pero no desde el miedo y la imposición, sino desde el respeto, la coherencia y la inspiración.