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El ‘kintsugi’ es una técnica milenaria japonesa que consiste en reparar o pegar piezas de cerámica rotas. Pero en vez de pegarlo con el famoso ‘súper bonder’, esta técnica rellena las rajaduras con oro o plata líquida, para resaltarlas y otorgarles un nuevo valor. Y como los objetos no pueden romperse naturalmente de la misma forma, las líneas de rotura nunca son iguales, así que cada pieza es única e irrepetible.
Con una simple descripción es evidente su carga simbólica. Por eso esta técnica se ha asociado a diferentes corrientes filosóficas que abordan la importancia de hablar de la imperfección y la fragilidad de los seres humanos. De hecho, al kintsugi lo llaman el arte de reconstruirse.
Conocí esta historia el fin de semana y me quedó resonando la poderosa relación que podría tener con el liderazgo. En comparación con la cultura oriental, en los países occidentales los errores tienen un significado diferente: estos no se deben ni visibilizar ni contar. Al parecer, la derrota y la imperfección se convierten en una condena más que en un aprendizaje. Fuimos criados para llegar al éxito, para ganar, para ser ambiciosos y alcanzar cada día más logros.
Como lo he explicado en anteriores columnas, en ocasiones, se piensa que el líder es una persona que no puede mostrarse vulnerable, que no comete errores y que, por el contrario, es un súper héroe o heroína que lo resuelve todo antes de que se rompa. Sin embargo, como cualquier ser humano, en su cotidianidad el líder no solo comete uno, sino varios errores; fracasa en proyectos, y tiene múltiples inseguridades. Lo importante es que una vez cometidos, se pueda analizar con calma lo sucedido.
El proceso de pegado en el kintsugi toma tiempo porque debe pasar por varias fases. Pueden pasar meses para que la obra esté terminada, debido a que las piezas pueden ser diminutas. Además, se deben reconstruir los fragmentos, esperar el secado y finalmente pulir impurezas. Eso mismo sucede con los líderes.
Aunque debemos intentar actuar rápido para reparar el daño causado, resultado de los errores, el camino de la autoevaluación sobre lo que sucedió no es de un día para otro. Este proceso supone conversaciones incómodas, discusiones internas, intentos fallidos y otros acertados para mejorar y continuar. Pero una vez eso sea parte del pasado y las cicatrices estén sanadas, recordaremos que somos más fuertes y capaces; que de esas imperfectas rajaduras aprendimos más de lo esperado.
John Maxwell, escritor norteamericano experto en liderazgo, afirmó: “Un ser humano debe ser lo suficientemente grande como para admitir sus errores, lo suficientemente inteligente para sacar provecho de ellos y lo suficientemente fuerte para corregirlos”. Ahora la pregunta que traigo a la mesa esta vez es: ¿qué tal si le sacamos provecho a esas equivocaciones y también las hacemos visibles con oro?
Finalmente, como dijo Voltaire, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”; no permite evaluar otras miradas creativas o innovadoras. Ojalá podamos dejar la perfección de lado y nos enfoquemos más en nuestros pedazos que han sido pegados con líneas de oro y que merecemos resaltar. Adicionalmente, resaltar las grietas de nuestro equipo, para apoyarles y aprender juntos de cada desafío.