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Hace poco recibí un mensaje por LinkedIn de quien fue mi primer jefe en la farmacéutica Novartis. Debo confesar que sonreí al ver su mensaje y me alegró recibirlo por los buenos recuerdos de ese episodio de mi vida, mi primera experiencia laboral. Recuerdo que fue una etapa llena de incertidumbre. Después de cuatro años estudiando una carrera, no sabía cómo iba a aplicar todo lo aprendido en el día a día, pero ese miedo lo logré superar gracias al acompañamiento de un buen jefe.
Cuando nos enfrentamos a hacer cosas por primera vez tienden a aparecer algunas emociones, como el miedo a fracasar, la vergüenza de lo que otros puedan pensar si hacemos algo mal o la angustia por no poder dar la talla. Enfrentarse al mundo laboral por primera vez incluye abordar esas emociones que aparentemente pueden parecer negativas, aunque en realidad son el común denominador y también dan el impulso a hacer las tareas con más esmero.
En ocasiones escucho a jefes o directores de recursos humanos comentar sobre los nuevos practicantes y algunos dicen que “ya se sienten jefes”, y resaltan la importancia de formar a los estudiantes en habilidades como la resiliencia, la inteligencia emocional y la frustración. Si bien es una tarea importante de las instituciones de educación superior formar para estos escenarios, creo que también es necesario contar con personas que acompañen este proceso de formación en el ejercicio profesional.
Una de las habilidades que puede mejorar la experiencia de los primerizos es la paciencia de quien enseña. En cargos ejecutivos los niveles de responsabilidad son altos y el ritmo hace que muchas veces no se pueda parar. El problema es que estos jóvenes practicantes necesitan detenerse de vez en cuando, ver los procesos con lupa, y escuchar con atención y tranquilamente aquello en lo que deben mejorar.
Constantemente se habla de la importancia del feedback para el trabajo, piensen que los practicantes son el eslabón más débil de la cadena y quienes más lo necesitan. Es importante acompañar no solo su desempeño en el seguimiento de las tareas y metas establecidas, sino también en el desarrollo de habilidades. Y para ello se deben potenciar a estas personas y ser receptivos, para que puedan preguntar cualquier duda sin temor.
Quienes hemos estado por primera vez en una empresa sabemos que al comienzo se sufre en silencio por todo: dónde queda el baño, cómo imprimir, dónde almorzar, cómo hacer amigos o cómo encajar en la cultura de la organización. En mi caso, en su momento sirvió la integración a distintos escenarios laborales y sociales, aunque no fuera necesaria mi participación. Para quienes comienzan es significativo estar sentado en una reunión con los líderes para conocer sus formas de tomar decisiones o de crear nuevos productos o servicios. De la observación y la escucha se aprende mucho y se replica.
Aunque también se adquieren conocimientos con la acción. Por eso es crucial empoderar a los más jóvenes involucrándolos en algunos proyectos o iniciativas, a pesar de que la posibilidad de cometer errores sea alta por su curva de aprendizaje. Reconozcan el trabajo que hacen porque eso los motiva a seguir aportando y aprendiendo.
No olviden que es más satisfactorio ser inspiración de quien comienza la vida laboral y no el terror. Así cuando vuelva a retomar el contacto con su antiguo practicante, tendrá la tranquilidad de que al otro lado habrá alguien sonriendo y muy seguramente replicando los aprendizajes y las buenas prácticas que formarán los jefes del futuro.