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La terquedad está relacionada con personas obstinadas, es decir, quienes no cambian su posición u opinión, a pesar de que existen argumentos o evidencias que demuestran que es errada, imprecisa o impopular. En el contexto laboral, en muchas ocasiones, los jefes son vistos como tercos, dado que no cambian sus puntos de vista, aunque el resto opine lo contrario. Este tipo de personas no dan explicaciones para mantener su postura, sino que la imponen.
La principal consecuencia de tener un jefe caprichoso es la falta de confianza en el equipo de trabajo, pues estas personas no se permiten escuchar a los demás, aun cuando pueden tener más experiencia en un tema. Tampoco están interesados en analizar los estudios técnicos que podrían comprobar lo contrario a su opinión o decisión. En cualquier escenario, su verdad es la única verdad.
Los jefes tercos impactan negativamente en la innovación de las empresas. Cualquier persona que intente proponer un nuevo proyecto no será bien recibida porque en medio de su terquedad ninguna idea los convence del todo. Por desgracia, estas personas tercas poco a poco son excluidas del día a día de la organización, así sean los jefes. La comunicación se ve afectada, la información no les llega y los resultados no son los esperados. El cóctel perfecto para la crónica de una muerte anunciada.
No está mal visto que defendamos nuestras posiciones y creencias, mientras se escuche a los otros y se haga con respeto. Aléjense de la terquedad antes de quedarse solos. Les recomiendo que se inclinen más a ser líderes visionarios.
El psicólogo estadounidense Daniel Goleman plantea en el libro ‘El líder resonante crea más’ seis estilos de liderazgo: el visionario, el democrático, el afiliativo, el coaching, el timonel y el autocrático. Sin embargo, el que mejor resultados da para la organización es el líder visionario, ¿por qué?
El estilo del visionario determina la dirección que debe seguir el equipo de trabajo, pero no diciendo qué debe hacer ni cómo debe hacerlo, sino que promueve la innovación, la experimentación y el asumir riesgos calculados.
El líder visionario defiende a capa y espada los objetivos que se trazaron para dejar en alto la organización, y por algo fue elegido para asumir ese rol. Puede ser insistente en esa visión, pero escucha a los grupos de interés para reafirmar ese cambio que quiere generar y busca que todos contribuyan para que se sientan orgullosos de pertenecer a su equipo.
El clima laboral que promueve este líder evita que los empleados renuncien, pues siempre están motivados o retados. La comunicación en este estilo es clave porque da retroalimentación sobre el rendimiento, usualmente basados en los objetivos que se están alcanzando. Así que los miembros del equipo tienen la capacidad de entender su papel en la organización y aportan para el cumplimiento de esas metas. Sin duda, el líder visionario brinda un sentido al trabajo y genera cohesión.
No tiene nada de malo defender nuestras posturas con fervor si creemos que es el camino correcto y el que puede llevar a la organización a buen rumbo. Comunicarlo y argumentarlo de la mejor manera será la clave para que todos al final se sientan convencidos de que esa postura es la idónea. Y lo más importante: que el equipo de trabajo se sienta orgulloso por tener un líder con una visión clara de que quiere lo mejor para todos.