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¿Cuántas personas conocemos que han renunciado a una gran organización o un buen cargo solo por tener un mal jefe? Los malos jefes son aquellos que no tienen en cuenta al ser humano con quien trabajan, sino que solo se enfocan en el número y el resultado; asfixian y acosan hasta un domingo; no escuchan, opacan con cualquier mínimo error y tienen doble personalidad con los superiores y su grupo de trabajo; y además amenazan con despedir por cualquier razón debido a su falta de empatía.
Lastimosamente todavía existen muchos y su presencia en las organizaciones eleva la tasa de lo que conocemos como fuga laboral. La firma norteamericana Gallup realizó una investigación durante 40 años, llamada “State of the American Manager”, en el que concluyó que uno de cada dos empleados ha renunciado a un trabajo por culpa de un mal jefe. En Latinoamérica, otro estudio similar de Bumeran (2023) determinó que cerca de 50% de los empleados entrevistados en Argentina, Panamá, Perú, Ecuador y Chile pensó en renunciar por esta misma causa.
La principal recomendación frente a los malos jefes sería informar a recursos humanos, pero este no es un mundo perfecto y a veces los conductos regulares no funcionan. Por un lado, porque la organización no tomó acción en experiencias pasadas y, por otro lado, por el temor de los denunciantes a que tomen represalias o sean despedidos. Los empleados, entonces, prefieren aguantar en silencio.
Tomar la decisión de dejar un trabajo por culpa de un mal jefe toma tiempo. Las razones: porque buscar trabajo es todo un trabajo, los gastos del día a día no permiten soltar una oferta laboral sin tener otra, la ausencia de ahorros, el temor a la incertidumbre, las deudas, la responsabilidad de una familia, y la lista sigue… por cierto, todas ellas son válidas y respetables. Por esta razón, quisiera compartir algunas recomendaciones para quienes están padeciendo este problema y deben seguir lidiando con estos malos jefes.
Mary Abbajay (2018), en su artículo “¿Qué hacer cuando tienes un mal jefe?” (en inglés “What to do when you have a bad boss?”), plantea algunas acciones para sobrevivir y llevar la fiesta en paz. La primera de ellas es no promover la retroalimentación. Lastimosamente, se debe evitar el diálogo constructivo con el jefe, dado que esta persona no estará abierta a escuchar las oportunidades de mejora que su grupo tiene por decir. Es mejor ser concreto, puntual y pedirle información cuando no esté de mal humor.
También es importante crear redes de apoyo: contar con personas cerca que motiven en los momentos más difíciles y ayuden a gestionar los malos días. Acá se incluyen amigos, colegas, familia e incluso terapia. No tengan miedo de pedir ayuda. Quizá con las experiencias y consejos de otros pueden sentirse acompañados. Recuerden que están, al menos, entre cuatro y ocho horas de su vida en un espacio laboral y es importante cuidar de su salud mental.
Abbajay sugiere no olvidar hacer ejercicio, buscar un hobbie y dormir bien. El ejercicio es un liberador de estrés y ayuda a gestionar las emociones, por lo que es recomendable encontrar actividades por fuera del trabajo que den satisfacción y alegría. Otra recomendación es desconectarse tras la jornada y buscar un buen descanso. Si tienen problemas de insomnio, busquen ayuda médica profesional.
Por último, y este es un consejo de mi parte, encuentren apoyo dentro de sus compañeros. Si existe un mal jefe, hay varias personas que están viviendo lo mismo. Únanse y hagan resonar la inconformidad. Si esto tampoco funciona, simultáneamente busquen otras opciones laborales. Dedíquense una hora al día para llenar una oferta, escribirles a personas que pueden saber de alguna vacante y activar su búsqueda en redes sociales.
Si tienen a alguien cerca que está en esta situación, compártanle esta columna para que pueda gestionar mejor esos malos días. Si bien no hay una solución concreta para abordar al mal jefe, y para algunos esta columna puede sonar como resignación o pañitos de agua tibia, sí hay propuestas para autogestionar los percances. A veces es mejor buscar nuevos rumbos, con verdaderos líderes con los que se pueda construir y crecer, porque aunque suene utópico, existen jefes con quienes trabajar es todo un privilegio.