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Hace unas semanas, me encontré con una escena que he visto repetirse a lo largo de mi carrera como consultor. Un presidente de una compañía con más de 5.000 empleados me confesó, casi con vergüenza, que no tenía certeza de si sus decisiones eran correctas, pero tampoco quería que su equipo percibiera dudas en su liderazgo.
Le pregunté con quién contrastaba sus decisiones y desafiaba sus sesgos. Es humano dudar cuando enfrentamos nuestros propios paradigmas y a decisiones complejas, pero no actuar frente a esa incertidumbre en un rol de liderazgo es arrogancia.
Su respuesta fue:
“La cima es solitaria. Me contrataron para tomar decisiones y transmitir seguridad, no duda”.
Esta conversación refleja un fenómeno poco estudiado en el mundo de los negocios y aún menos en Colombia: la paradoja de la soledad de los CEO.
Un estudio de Harvard Business Review reveló que 50% de los CEO experimenta soledad y 61% cree que esto impacta negativamente su desempeño. El fenómeno se acrecienta aún más para los CEO primerizos. En contraste, un estudio de HEC Montreal en 147 altos ejecutivos canadienses encontró que solo 25% reportó este fenómeno. La magnitud del problema aún es incierta.
Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de los CEO. Cualquier persona que asuma un rol de autoridad puede experimentarla. Desde un gerente recién ascendido hasta un emprendedor, la sensación de aislamiento surge con el aumento de responsabilidades y la presión por demostrar seniority y experiencia.
La cima organizacional es un espacio solitario, cargado de presión por resultados. Resulta paradójico que alguien con una agenda llena de reuniones, viajes y compromisos sociales pueda experimentar soledad. Esto ocurre porque la soledad no solo está relacionada con la ausencia de interacciones, sino con la calidad emocional y social de estas relaciones, como también con expectativas autoimpuestas.
Según el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento de EE. UU., la soledad prolongada es tan dañina como fumar 15 cigarrillos al día y puede reducir la expectativa de vida hasta en 15 años.
Además, un estudio de Wharton, Universidad de Pensilvania (CEO Stress, Aging and Death) reveló que cada crisis enfrentada por un CEO puede reducir su esperanza de vida hasta en 1,5 años.
Si la soledad en el poder impacta la salud de nuestros CEO, como lo evidencian los estudios, enfrentarla no es solo un imperativo ético, sino también estratégico y competitivo ¿por qué seguimos ignorando este fenómeno? La idea de que un CEO debe proyectar absoluta seguridad no solo es obsoleta, sino peligrosa tanto para el líder como para la organización.
Necesitamos replantear el liderazgo. Un líder fuerte no decide solo, sino que crea espacios donde sus decisiones sean tensionadas, enriquecidas y validadas. Debemos normalizar la vulnerabilidad en la cima, fomentar redes de apoyo y desmontar la creencia de que dudar es sinónimo de debilidad.
¿Y usted, qué tan solo se ha sentido en el poder? La respuesta, anticipo, está correlacionada con sus hábitos de liderazgo, pero eso lo exploraremos en la próxima columna.