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En los cierres de Gobierno y en las despedidas de los presidentes siempre está a la carta los balances, unos positivos, otros negativos, yo por supuesto tengo un balance muy positivo sobre los resultados del Gobierno Santos, que estoy absolutamente seguro revolucionó al país logrando la paz, conectándolo digitalmente a sus ciudadanos, mejorando los niveles de educación entre muchas, otras cosas.
Pero en esta columna no haré un balance sobre su Gobierno. Contaré lo que fue para mi trabajar con él, porque siempre se habla de los presidentes y no de las personas, siempre se habla de las ejecutorias y no de las enseñanzas, solo se habla de los aciertos y los errores y no de como se llegó a ellos.
Comencé mi vida pública hace más de 20 años, siempre presentándome en unos comisos: primero como edil, dos veces como concejal, como congresista y finalmente como candidato a la alcaldía, en estas últimas fui derrotado.
Hasta entonces esa había sido mi experiencia, desde las corporaciones de elección popular, y fue el presidente Santos quien me dio la oportunidad, sin tener experiencia en lo administrativo, para participar en el ejecutivo primero como viceministro de trabajo, luego como alto consejero para las regiones y finalmente ministro TIC. Hoy, después de todos estos años me siento lleno de aprendizajes, mucho más preparado y con más experiencia para trabajar en lo público donde siempre las decisiones que toman son difíciles, como dice el exministro Alejandro Gaviria: “son casi que imperfectas”.
Pero más allá de las oportunidades que me dio Santos, quiero contarles qué tipo de persona es él a partir del ritual de cuatro cosas que siempre me dijo en los escenarios que antecedieron cada una de las veces que me designó en un cargo. Siempre me citaba en su oficina y al son de un café primero me preguntaba cuáles principios regían mi forma de hacer política y siempre le contestaba los cinco principios bajo los que trabajo. Seguido me preguntaba que si yo era consciente de los impedimentos e inhabilidades que generaban estos cargos y eso me impactó porque no todos dimensionan lo complejo que es tomar decisiones en el servicio público y las consecuencias que generan a futuro para la vida profesional y él no fue egoísta sobre lo que cada uno quería construir para su vida a largo plazo. En tercer lugar, me señalaba cuáles eran mis cinco más importantes tareas y siempre me recordaba que el interés general primaba sobre el interés particular. Y finalmente, cerraba dándome un consejo y era que muchas veces tendríamos que tomar decisiones que iban a afectar nuestra favorabilidad porque las decisiones políticamente rentables siempre son las que suenan bonito, pero muchas veces no son las mejores.
Ese era un ritual paternal, responsable, pero un ritual que transmitía como en su cabeza concibió el poder siempre como el arte de servir a los demás y no como la actividad para servirse a sí mismo.
Santos fue un presidente que hizo una apuesta social enorme, uno que entendió que su labor era dejar un legado dándonos una nueva oportunidad: entregarnos una hoja en blanco para que volviéramos a reescribir nuestra historia, el único que logró la paz y que me siento obligado a más que defender, honrar. Gracias Presidente, buen viento y buena mar.
Ahora que tengo su atención: como todo colombiano espero que al presidente Duque le vaya bien y que construya sobre lo construido. Mis mejores augurios.