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En las últimas semanas se han publicado varias encuestas sobre lo que opinan los colombianos relacionadas con la manera en que se están manejando los temas más importantes del país. El resultado se puede resumir contundentemente en dos palabras: absoluto pesimismo.
Llevo más de 20 años en el ejercicio público y uno de los principios sobre los que he aprendido a hacer mi trabajo es el de que si bien puedo hacer oposición, nunca se debe hacer por llevar la contraria. Son dos cosas muy distintas: la primera construye, la segunda destruye. Una de las razones por la que el Gobierno Nacional se está viendo en aprietos es porque cuando hacían parte de la oposición, se dedicaron a satanizar cada una de las acciones del entonces mandatario y crearon un imaginario en el que todo estaba mal. Hoy, el país está acostumbrado a esta actitud y cuando el Presidente ha asumido el nuevo cargo, se ha encontrado con que tomar decisiones desde el ejecutivo no es fácil, con que existen presiones, con que los cambios no se dan inmediatamente y con que no existe la fórmula mágica para que todos los ciudadanos estén satisfechos.
Como lo he dicho en muchas ocasiones, el elector de hoy en día es uno más informado, expuesto e influenciado por medios o redes sociales. El Presidente y la mayoría de alcaldes no lo están haciendo mal, hay muchas cosas y proyectos que rescato y valoro sobre sus gestiones, sin embargo, el ambiente que ellos mismos ayudaron a crear, no les favorece.
Cuando uno se declara en oposición a un gobierno tiene que asumir el rol con total responsabilidad. No es solo sentarse a decir que no se está de acuerdo con nada, que ninguna iniciativa funciona, que todos los programas son malos o que el país va rumbo al fracaso, a solo llevar la contraria; porque con esta posición no se construye nada, al contrario, solo se logra dividir, polarizar, levanta un ambiente de negativismo en los ciudadanos a los que pocas decisiones les van a parecer acertadas y por tanto, no las van respaldar. Hay que hacer lo correcto no lo popular.
La oposición es necesaria y sana, pero se tiene que saber hacer. No debe ser un trampolín para catapultar figuras políticas, hacer oposición significa ejercer control serio para intentar equilibrar la balanza. Esta es una determinación que un líder responsable debe tomar: decidir estar al servicio de la gente y no que la gente este a su servicio.
En este país quienes lideran deben aprender que la política no es el ejercicio de destruir al contendor, sino el instrumento para resolver problemas de los ciudadanos. Ningún extremo tiene la verdad absoluta y, en cambio, sus pugnas nos tienen enfrentados entre nosotros. Brindar educación de calidad por ejemplo, no es un mandato de la izquierda, ni la derecha, ni de centro, es un pilar básico al que cualquier gobierno debe apostarle.
Claro que hay que ser crítico, hacer oposición como se debe hacer, pero por sobre todas las cosas, dejar tanta lora, “blablablá” y discurso y ponerse la camiseta, trabajar, resolverle los problemas a los ciudadanos y mostrar resultados. Servir a la gente más no a una ideología.