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Aunque alcanzó pronto una dimensión nacional y forjó un buen nombre ante los organismos internacionales multilaterales por su ejercicio diplomático, Carlos Holmes Trujillo García fue siempre un hombre de regiones. Lo demostró primero como alcalde de Cali, elegido en 1989, y lo confirmó como constituyente de 1991 cuando la Carta Política -en cuya redacción tuvo un ejercicio destacado- consagró los principios de descentralización y autonomía.
Sus ejecutorías habrían de demostrar que siempre quiso que las que entonces eran llamadas “provincias” tuvieran una voz más influyente en las decisiones de Estado y fue uno de los primeros que creyó que el canal más expedito para lograrlo sería integrándolas en una organización gremial. Su liderazgo y defensa de los intereses de los territorios, de la periferia, lo llevó a promover la creación de la Federación Colombiana de Municipios y a convertirse en su primer presidente.
Como lo demuestran las actas de la Constituyente, creyó que, ante los cíclicos fracasos de la Comisión Nacional del Plan, era necesario dotar a los departamentos y municipios de mecanismos de planeación propios y en descentralizar progresivamente el flujo de recursos del Presupuesto Nacional a través de un régimen de transferencias de competencias y recursos con sentido participativo y vocación de equidad.
No se opuso al mandato constitucional sobre la expedición de una Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, pero insistió que el proceso para su formulación debía estar acompañado por unas condiciones previas que incluyeran el cierre de brechas de pobreza y desigualdad y de las marcadas asimetrías entre las capacidades de las entidades territoriales. El tiempo ha venido dándole la razón.
También desde esa dimensión de su pensamiento fue un hombre de ideas liberales. No solo por la tradición y la heredad de su padre, una de las voces más influyentes en el Congreso de la República, sino porque siempre construyó enfoques orientados a la defensa de los derechos e intereses colectivos de la comunidad.
Como ministro de Educación, entre 1992 y 1993, propuso el modelo de fondos de financiamiento de la infraestructura regional y la expansión de la gratuidad de ese servicio público.
En la década de los 70 no era frecuente que un joven iniciara su trayectoria en el servicio público en el exterior. A él le correspondió emprender su carrera desde la posición de cónsul en Tokio y encargado de Negocios de Colombia en Japón. Allí conoció de cerca los primeros modelos de autonomías locales y al regresar al país asumió como secretario de Planeación de Cali. En este cargo demostró sus requisitos habilitantes como promotor de comunas y de las primeras Juntas Administradoras Locales, un modelo que cobraría entidad constitucional a partir del Acto Legislativo 01 de 1981.
Los perfiles escritos sobre su vida y obra lo destacarán -porque así fue- como alguien de pensamiento abierto y partidario de diálogos y consensos entre propios y extraños. Por eso, desde la posición de Alto Comisionado para la Paz, impulsó los primeros diálogos con una guerrilla que aceptó ir a la mesa con la vocería de una coordinadora nacional.
Dirán también que su ejercicio diplomático fue destacado en varios frentes y que fue un ministro de objetivos cumplidos en las carteras de Educación, Relaciones Exteriores y Defensa.
Yo prefiero recordarlo como aquel hombre que amó a su Valle del Cauca y proyectó siempre desde su tierra una decidida defensa de los intereses regionales.
Desde cualquier perspectiva que se mire su obra, comprobaremos que su partida representa una sensible pérdida no solo para el “país nacional” -como lo denominaban los estadistas clásicos, sino para el país regional que hoy valora, como lo hizo él, el principio según el cual el desarrollo se construye desde las regiones.
P.D. Envío un saludo de solidaridad y aprecio a su familia y a todos sus compañeros de gobierno.