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A Colombia le pasa algo grave. Mucho más de lo que nos imaginamos. Humberto de la Calle lo explicó muy bien en su última columna: “No hay punto de encuentro en esta sociedad. No hay momento o instancia en la que habite la identidad nacional. Quizás la Selección. No hay proyecto colectivo”.
Sucede que cuando una sociedad no tiene ese norte, ese propósito común, se va descosiendo. Los valores, el diálogo, las propuestas por lograr el bien común se desvanecen, y más cuando se está en medio de una constante beligerancia que cada vez suena más fuerte y en la que sus principales actores poco o nada quieren aportar a reducirla.
Podríamos quedarnos años discutiendo sobre cuál es la razón de ello o quién tiene la culpa. Seguramente no llegaríamos a acuerdo alguno y se acrecentaría aún más la desazón que ya cargamos. Siendo así el tema, ¿no sería mejor comenzar a sostener una charla de cara al futuro y buscar respuestas a la pregunta de De la Calle: “¿Cómo podemos ser sociedad de nuevo y no esta pecera de tiburones?”
Un proyecto colectivo, despojado de ideologías, que tenga a toda la sociedad remando hacia un único punto, reduciría nuestra belicosidad. O por lo menos nos trazaría una agenda a seguir. ¿Cuál podría ser ese proyecto? No se me ocurre otro más pertinente que el de la tecnología. La tecnología es hoy el epicentro de desarrollo de cualquier nación. No hay disciplina o sector alguno que hoy no esté impactado por ella. Ésta ha contribuido a democratizar la educación; a facilitar y mejorar nuestra calidad de vida; a incrementar la producción de alimentos; a construir estructuras más robustas; inclusive a mejorar el perfil profesional de los trabajadores. Y esto solo mencionando unos pocos ejemplos. Aunque suene a frase de cajón, la tecnología es hoy crucial para que países en vías de desarrollo puedan construir un futuro sostenible e innovador que ayude a su vez a disminuir la brecha entre ricos y pobres.
Nuestro gobierno debe liderar esa conversación. El presidente Iván Duque tiene que retomar con fuerza su visión de la economía naranja, un término que aún le es lejano no solo a muchos colombianos, sino también a muchos emprendedores y empresarios que viven de ella. El mandatario tiene una oportunidad de oro para poner al país en una senda de imparable crecimiento. Hace unas semanas, Medellín fue ratificada como la primera ciudad de habla hispana en la que se abre un Centro de Cuarta Revolución Industrial. Tan meritorio logro se da gracias a que los antioqueños sí han tenido un proyecto claro. Gracias a las industrias creativas se triplicó el empleo en ese segmento de 9.000 a 27.000 empleos en una década.
Aparte de unas cuantas notas de prensa, tan importante noticia no tuvo el amplio despliegue que ameritaba. El país entero debería estar viendo cómo sacarle jugo y no solo replicar el modelo antioqueño, sino mejorarlo y potencializarlo. Medellín invierte 2,14% del PIB en este tipo de actividades, frente a 0,7% promedio de las otras ciudades de Colombia. Inclusive ese 2,14% es bajo. La tecnología no divide, sino que une. Gobierno, medios, empresarios, universidades y hasta escuelas deberían priorizar esta conversación. Colombia ha de empezar a hablar de otra cosa. De algo que nos aporte a todos y cuya diaria implementación nos sume y no nos reste. ¿O qué otras propuestas tienen?