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No recuerdo con precisión en qué publicación leí una cifra que me dejó frío: el promedio de veces que tocamos nuestro celular al día es de 2.700 veces. ¡2.700! Para desbloquearlo, abrir una aplicación, cerrarla, consultar WhatsApp, chatear, pasar otra aplicación y así….hasta llegar a 2.700 toques.
No soy un médico para diagnosticar si estamos ante una adicción. Creo que usar ese término es la salida fácil e irresponsable para explicar, o justificar, un comportamiento nuevo en nosotros que está tejiendo, sin que nos demos cuenta la mayoría, la manera en cómo se comportará la sociedad del futuro.
Sin embargo, no hay que ser médico para determinar que, lo que sí es un hecho, es que cada día somos más dependientes de los celulares. Tan solo demos una mirada a nuestro alrededor. En los aviones, por ejemplo, justo al aterrizar, 90% de los pasajeros inclina su cabeza para ver sus dispositivos. En los restaurantes, familias enteras chatean en vez de conversar. En los andenes, cada vez hay menos gente que camina mirando al frente. Prefiere avanzar mirando el celular, como si fuera a perder algo importante.
El presidente de Apple, Tim Cook, en una entrevista, subrayó que “es ya muy claro para todos que algunos de nosotros estamos pasando demasiado tiempo en nuestros dispositivos”.
Yo no sé si esto sea bueno o malo, y tal cual como describí en el párrafo anterior nuestro comportamiento suena espantoso, pero hay una realidad que debemos tener clara: los hábitos, la manera en la que nos comunicamos e interactuamos, evoluciona, y nosotros debemos irnos adaptando a esos cambios.
En lo personal, creo que toco mi celular más de 2.700 veces al día. Según el registro de actividades que ejecuto en mi Samsung, Instagram, WhatsApp, Kinemaster, Internet y Slack son las que consumen el 93.7% de mi tiempo frente al dispositivo. Trabajo mucho con mi celular; hago muchos videos, que es parte de mi trabajo y consulto muchas noticias.
En fin, a mis ojos el celular ha sido una bendición. Me ha hecho más productivo; me ha permitido estar conectado todo el tiempo y me ha otorgado unas herramientas para desarrollar unos conocimientos aceptables en el manejo de redes y edición de videos. En pocas palabras, creo que me ha hecho más competitivo en el mercado laboral.
Pero, ¿a qué precio? Sí, esto ha tenido un coste. En lo personal. Sin darme cuenta, de un par de horas que le dedicaba antes al celular, ahora son muchas más horas, horas que le estoy quitando a mi esposa y a mis dos hijas, de cinco y seis años. Las hijas, la señora tiene unos añitos más.
El ejemplo que estoy dando en la casa es el de un papá presente pero ausente. En la mesa soy incapaz de no ver el celular mientras ellas comen. Se han multiplicado los momentos en los que mientras me hablan estoy viendo el celular y termino no reparando en lo que me dicen. Inclusive en las vacaciones, con una señal paupérrima, soy incapaz de desconectarme. Pero eso sí, “soy más productivo”.
La verdad no sé cómo se vayan a comportar las generaciones del futuro. Pero en lo que a mi compete y a mi entorno, estoy empezando a tener claro que no quiero que mi señora se aburra de mí y, sobre todo, que los recuerdos y enseñanzas que le deje a mis hijas sean las de que tuvieron un papá “súper productivo” que estaba pegado al celular. Les contaré cómo me va.