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El derecho de propiedad es una construcción humana sobre la que hemos armado la civilización. Es un acuerdo social profundo sobre el cual desarrollamos nuestra libertad de proyecto de vida y aporte a la sociedad, por esto, vulnerarlo o desconocerlo tiene efectos demoledores sobre la economía y la sociedad misma.
Douglas North, el economista institucionalista, premio Nobel en 1993, explicó en “El ascenso del mundo occidental” 1973, como el factor determinante para que se iniciara la revolución industrial en Inglaterra a mediados del siglo XVIII fue el establecimiento de los derechos de propiedad tanto en las empresas como en los inventos y desarrollo tecnológicos.
Steven Pinker en ‘En defensa de la Ilustración’ 2018, Angus Madison en sus estadísticas globales de superación de la pobreza (Maddison Project Database, 2020), o de Angus Deutón en su libro ‘El gran Escape’ 2015, y en la publicación que se le hizo al recibir el premio nobel: ‘Consumo, Pobreza y Bienestar’. Coinciden los tres, basados en la evidencia, en que desde la revolución industrial la humanidad logró superar la pobreza, construir libertad, superar el analfabetismo y duplicar la esperanza de vida. Si ligamos esto con lo expuesto por North, encontramos que la institución del reconocimiento de los derechos de propiedad fue una base sobre la que pudimos construir el avance de la humanidad en estos dos siglos. La propiedad lejos de ser una expresión de injusticia social, es todo lo contrario, es la institución con la que la sociedad hace justicia con quienes han aportado a ella.
Lo interesante del asunto es entender cómo se da esta dinámica de generación de valor y construcción de sociedad desde el reconocimiento del derecho de propiedad. En 1750, la humanidad llevaba dos milenios de estancamiento en términos de estándares de calidad de vida, Desde la caída de los fenicios, un imperio comercial y tecnológico, a manos del imperio romano, el imperio saqueador y expoliador. La propiedad no se respetaba, era objeto de saqueo en guerras o asaltos o robos. El “señor”, fuera este Cesar, Príncipe Feudal o Rey absolutista, se abrogaba la capacidad de expropiar o simplemente robar o despojar a cualquiera, grande o pequeño de sus posesiones o bienes, incluso de su libertad convirtiéndolos en esclavos.
El renacimiento fue resultado de cambios sociales y económicos importantes. La capacidad de generación de bienestar pasó de darse en feudos a darse en los burgos por una emergente clase artesana, comerciante y financiera. Florencia y Venecia fueron la eclosión de esta dinámica que además nos llenó del arte que pagaron los nuevos ricos a artistas para así dar cuenta de su magnificencia. Pero no se resolvió el problema de la propiedad, se pasó de los Feudales a los Reyes Absolutistas con un modelo económico de intervención del estado en la economía: el mercantilismo.
En Inglaterra, luego de la Revolución de Cromwell en 1648, y de la Revolución Gloriosa de 1798, se limitaron los poderes absolutos de la monarquía y se reconocieron los derechos de “los comunes”. Entre ellos, el derecho a la propiedad producto de su trabajo y su capacidad de emprendimiento. En ese momento de la historia emergen las empresas basadas en la tecnología creadas por “comunes”, con mayor o menor formación, pero siempre con una decisión de construir algo nuevo con una organización llamada empresa. En ese momento aparecen los trabajos de Cantillon y Smith en los que exponen al empresario como el gestor de esa transformación de la sociedad.
Este proceso de creación y transformación se fundamentó en que les era reconocida y respetada la propiedad sobre lo que estaban creando y construyendo. El resultado 270 años después ha sido una profunda trasformación de la especie humana. Investigadores como Besley & Ghatak (2010) y Redford (2020) muestran el rol fundamental de los derechos de propiedad a través del emprendimiento en el desarrollo económico de las sociedades. Por esto, cuando en alguna de las sociedades se ha menoscabado el derecho de los individuos a crear, proponer, y construir, esas sociedades han entrado en un creciente y profundo deterioro. Ocurrió en la Unión Soviética, en Cuba, y en Venezuela. La fabulosa dinámica de trasformación de la humanidad se ha basado en el reconocimiento a los individuos de su capacidad de aprender, emprender e innovar.