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Grave que primero esté el patrimonio que los principios. De estos dependen las instituciones, y sin ellas no hay patrimonios ni económicos ni sociales seguros. En la coyuntura actual, y en medio de la discusión de propuestas de reformas que no buscan avanzar sobre lo construido, sino devolvernos a los arreglos institucionales previos a los 90, necesitamos gremios comprometidos con la construcción de sectores sólidos, competitivos y viables.
Los gremios han sido fundamentales en la historia de la humanidad para la construcción de lo que hoy llamamos civilización. Fueron la voz de los “hombres libres” de las ciudades que se oponían a reyes, tiranos y señores feudales. Se configuraron desde Babilonia con gremios de artesanos y de constructores, cuya actividad estaba ya regulada en el código de Hammurabi. Les siguieron las asociaciones de mercaderes de Grecia y Fenicia, los “collegia” romanos y los gremios medievales. Estos fueron fundamentales en la historia económica y social de sus respectivas épocas, influyendo en la regulación de los oficios, la formación de aprendices, y la protección de los derechos y privilegios de los trabajadores artesanales y comerciales con un enorme poder político y social en las ciudades.
Las Gildas de Londres fueron claves desde el año 886 cuando se le otorgó autonomía. Esta les fue confirmada por Guillermo el Conquistador en el año 1075 y ratificada en la Carta Magna de 1275, que garantizaba una ciudad de hombres libres que ejercieran los oficios y el comercio y que perdura hasta hoy con el régimen especial de la “City”. Estas fueron las bases de una tradición de derechos y democracia que se consolidó en las “Charters” de las colonias de Nueva Inglaterra, en la Revolución Gloriosa de 1688 y en la constitución americana.
Pero los gremios siempre han tenido un grave defecto, son proclives a rentarse a los intereses del poder de turno. Ha sido parte de su juego. Pasan de la lucha por la libertad al servilismo con la entrega de una prebenda. Hay una tentación de plegarse a reformas inconvenientes pero que les entregan a sus asociados unas remuneraciones fáciles por someterse a los propósitos de gobierno.
Los gremios en sociedades con monarquías constitucionales o democracias eran distintos a los gremios que actuaban en monarquías absolutistas como las francesas y españolas. En estas últimas, más que derechos negociaron siempre prebendas, protecciones, aranceles confiscatorios y estancos como el de la sal y el licor. La tradición latinoamericana ha sido ésta desde épocas de la colonia, y las capitales provinciales, centros de tráficos de poder y corrupción. Es lo que llamamos el Corporativismo Cepalino.
Desafortunadamente, las reformas liberales de los años 90 rápidamente fueron capturadas por un neocorporativismo que ha impedido su adecuada evolución. La reforma al sector eléctrico quedó estática mientras el sector eléctrico inglés -del cual fue copia- ha evolucionado y va en la tercera generación de reformas. Aquí quedó atrapada en una configuración de escasez administrada altamente dependiente de los precios spot y sin generar suficientes contratos de largo plazo. Algo parecido ocurrió con la salud, generándose esquemas corruptos en muchas EPS. Si los gremios no asumen la vanguardia de las reformas y se pliegan a arreglos inconvenientes buscando rentabilidades de corto plazo, terminarán destruyéndose y destruyendo al país.