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No, Petro, este gobierno no es una víctima de la corrupción. No. Como señaló la Fiscalía en la imputación de cargos en el caso de la Ungrd, la corrupción en este gobierno es un instrumento para romper la democracia y las instituciones, un proyecto criminal para poner al Congreso bajo los intereses del gobierno.
Nixon cayó por poner micrófonos en las oficinas de dirección de la campaña opositora. Esto que señala la Fiscalía ya habría removido al gobierno en cualquier democracia decente. Para desgracia de eso que llaman izquierda en Latinoamérica y sufrimiento del país, este gobierno tiene dos años más en los que destruirá toda base ética, ideológica y operativa sobre la que se legitimaba su proyecto.
La izquierda Latinoamericana ha sumido al continente en una crisis económica, social e institucional, en la que estructuras criminales han capturado a los países. Es lo que ocurre en Venezuela, Haití, Nicaragua, Cuba y ha socavado las democracias en México, Argentina y Brasil. Como se ufanaba Maduro en un discurso en 2019, el plan del Foro de Sao Paulo se estaba cumpliendo. Colombia y Chile eran los países claves en la agenda.
El plan se ha desarrollado en el marco de acción expuesto por Moisés Naím: Populismo, Polarización y Posverdad. Con el macabro embrujo del ‘Arte de la Guerra’ de Sun Tzu, en la versión de Mao y Gramsci, se delineó el plan. El populismo no había que inventarlo, solo profundizarlo y convertirlo en una guerra emocional sembrando odios y resentimientos que alimentaran revueltas en todo el continente. En Colombia se desata con la Primera Línea y al igual que en el resto del continente se despliega en una destrucción irracional de bienes públicos y establecimientos privados y en la generación de violencia, muertos y heridos para alimentar la causa.
La polarización es la guerra ideológica. Los neoliberales eran los enemigos y en Colombia los tecnócratas han sido muertos silenciosos en el proceso y las reformas que habían modernizado y trasformado el país el objeto de su destrucción. La agenda de reformas no es otra sino acabar con lo hecho en salud, servicios públicos, pensiones, educación, régimen laboral.
La posverdad, la guerra cultural, se trata de sembrar la mentira, la falsedad y el desprestigio. El enemigo ideal para instrumentalizar fue la figura de Álvaro Uribe. Su imagen pasó de 80% de favorabilidad a menos de 30%, al paso de que una generación se hacía adulta en medio de la mentira. Sistemáticamente se destruyó a los opositores. El caso de Sergio Fajardo, evidenciado en un video de Cristina Zuleta en el que reconocía que “fue difícil, pero lo lograron”, muestra que no importaba el daño que se hiciera para llegar al poder.
Lo peor fue la guerra democrática. Para la campaña se decidió despreciar todo límite. Se inició antes de lo permitido con la manifestación de la “P” en Barranquilla. Se recibió a los actores más oscuros de la política en la campaña. Se irrespetaron los topes. Se recibieron dineros ilegales. Se corrieron las líneas éticas para desprestigiar oportunamente a los demás candidatos. Todo se conoció en los Petrovideos, en el escándalo de Nicolás Petro, en el de Laura Sarabia y Benedetti. ¿Queda alguna duda de que, como señala la Fiscalía, este es un proyecto criminal?