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En las instituciones de educación superior deben suceder, de manera natural, los debates sobre las capacidades humanas necesarias para lograr el bienestar y la vida digna de las personas. ¿Qué somos capaces de ser y hacer? ¿Qué conquistas valiosas debemos alcanzar los seres humanos para vivir una vida larga, saludable, libre de abusos y de violencia, en la que podamos adquirir conocimientos, ser creativos, experimentar emociones, desarrollar el pensamiento crítico, pero también tener la capacidad de relacionarnos, poder trabajar en equipo, ser capaces de protegernos y de proteger a los otros, cuidar de la naturaleza y de las especies que las habitan? Esta lista de capacidades ha sido formulada por la filósofa Martha Nussbaum, especialmente en su libro “Crear Capacidades (2011)”.
Son entonces las universidades y los contextos donde actúan, los lugares en los que los estudiantes pueden cultivar esas “capacidades humanas fundamentales”. Esto requiere de nuevas pedagogías, como lo han propuesto Mary Kalantzis y Bill Cope (2012)) en su libro “Nuevo Aprendizaje”. Una de ellas es la pedagogía reflexiva, que consiste en un proceso flexible, dinámico entre pares y maestros, que promueve el desarrollo del pensamiento crítico, estimula la creatividad y la confianza para contribuir a la creación de conocimiento y fomenta procesos de apropiación tecnológica
Por lo tanto, la conexión entre la filosofía de las capacidades humanas y la pedagogía reflexiva, es la clave para emprender las transformaciones que anhelamos para el sistema de educación superior en Colombia. Centradas en el individuo, estas transformaciones deben contribuir a desarrollar capacidades humanas necesarias para que los estudiantes vivan experiencias de aprendizaje conducentes no solo a su éxito profesional, sino que les den herramientas para enfrentar los retos complejos de la globalización de la economía, los cambios profundos y acelerados en lo político, social y económico, junto con un rápido progreso y dependencia de la mediación tecnológica y digital, pero también, la incertidumbre sobre las consecuencias del cambio climático, entre otros.
Para las universidades, esto agrega mayores desafíos y demanda creatividad a la hora de actualizar los diseños de las experiencias de aprendizaje para sus estudiantes, así como de las trayectorias formativas y adaptativas. En una pedagogía reflexiva se balancea el proceso educativo y el estudiante entra a desempeñar el papel de agente en su proceso de aprendizaje, pasando de ser un consumidor a un creador de conocimiento, que construye colectivamente con profesores y con sus pares, que están presentes en múltiples modalidades, presencial, virtual o combinada.
Cómo lo afirman Kalantzis y Cope (2015), ya no será necesario el énfasis de la memoria del largo plazo en pedagogía. Los estudiantes tendrán dispositivos electrónicos inteligentes, ubicuos, prótesis cognitivas, como ya empieza a conocérseles, que les permitirá vivir múltiples experiencias de aprendizaje, enriquecedoras, diseñadas no con talla única, sino flexibles, que sirvan a los propósitos diversos del aprendizaje para el ser humano. Para concluir, la pedagogía reflexiva en las universidades, es un enfoque pedagógico sólido, que contribuye a la materialización exitosa del desarrollo de las capacidades humanas para el bienestar y una vida digna.