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Intentaré explicar cómo la ola de inseguridad que experimentamos día a día nos está pasando la cuenta de cobro. El celular. No podemos negar que el teléfono lo es todo por estos días: despertador, radio, redes sociales, agenda, contactos, tareas, GPS, entretenimiento. ¡Lo es todo! Nadie sobrevive en la sociedad actual sin un iPhone, Samsung o Huawei, allí está metida toda nuestra vida. No podemos adelantar nada sin estar con este accesorio que se ha convertido en una extensión de la mano... y el cerebro.
Pero, siempre habrá un pero. Nadie puede sacar el celular al aire libre, caminar hablando por la calle, correr con audífonos que delaten que llevas un teléfono, mucho menos presumir que tienes uno de alta tecnología. Todo esto se convirtió en la miel para los ladrones; bandas especializadas en -incluso matar- por robarte un dispositivo que en el mercado negro no tiene mucho valor, pero es dinero fácil, rápido y en efectivo. Las historias trágicas de robos con lesiones y asesinatos son miles en América Latina.
El taxi. Si tener un celular es un motivo de inseguridad, andar en taxi (Uber, Didi) es lo mismo. Ser mujer, con aroma de indefensión, es otro problema. Las historias de hombres y mujeres que sufren violencia de todo tipo en los recorridos en taxi son enormes. Pedir un transporte es exponerse a la inseguridad reinante en toda la región. Tomarlo en la calle, casi es un suicidio, pues la delincuencia se ha ensañado con los necesitados usuarios para cometer sus fechorías. La calle es la auténtica ley de la selva, un viejo dicho que se respira en el transporte público.
Los restaurantes. Grandes ciudades como Bogotá, Cali o Medellín, gozan de climas envidiables que han desarrollado una oferta gastronómica, hoteles, restaurantes y cafés, son la alternativa de socialización que crece cada día por la mayor competencia en el sector. Pero, “el pero vuelve y juega”. Las terrazas se han convertido en zonas vulnerables en donde identifican o perfilan a los clientes. Ya no se puede estar en un lugar de éstos hablando por celular o mostrando un reloj de marca, pues las bandas delincuenciales le tienen el precio a todos y cada uno de ellos, que siempre será más alto que la vida de las personas.
La rumba. Una reciente investigación del diario Wall Street Journal, plantea que los millennials y centennials dejaron la noche; es decir, poco salen, más evidente en los países del tercer mundo en donde la rumba hasta el amanecer es tentar la suerte. Estar en un bar, recibirle un cóctel a alguien desconocido o incluso dejar una botella de agua desatendida, puede ser la ocasión perfecta para que le echen alguna sustancia a tu bebida. El fantasma de la escopolamina está de regreso, sea una cuestión de miedo o pura realidad, ya no se puede andar tranquilo. Bajar la guardia en cualquiera de estos escenarios puede terminar en un evento desafortunado, andar relajado, desprevenido, confiado, es algo cada vez más escaso. Estamos en libertad, pero parece que el temor por estos días está reinando.
Desconozco la solución, no tengo la respuesta, pero acostumbrarnos a que esto sea nuestra realidad y normalidad es completamente desfasado. Ojalá como en las películas existiera un súper héroe que pudiera venir a combatir el mal, el crimen, protegernos y salvarnos. Es solo pasa en las películas con finales felices. Necesitamos hacer algo.