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¿Quién fue en la primera persona en la que pensó? ¿Qué lo preocupó mientras temblaba? ¿Quiénes son esas personas, asuntos o incluso objetos importantes para usted? ¿Su familia, mascota? ¿carro? ¿amigos? ¿cuáles son sus prioridades? ¿Cuántos “terremotos” necesita su vida para que la revise? !Tremendo¡
Dicen que de vez en cuando necesitamos una sacudida para entrar en razón, para reordenar las prioridades y reafirmar quienes son importantes en nuestra vida. Por supuesto, esto de la “sacudida” dicho metafóricamente, aunque cada cierto tiempo la metáfora se vuelve literal. Andamos por la vida como si fuéramos inmortales o convencidos de que las cosas no cambian de un momento a otro; solo hace falta algo verdaderamente disruptivo para que cambiemos de vida.
Un día corriente de esta semana, empezó y terminó recordándonos quién manda y haciéndonos dar cuenta que somos enormemente vulnerables. Literalmente un evento sísmico nos movió el piso; nos hizo entrar en frenesí durante varias horas. Las preocupaciones iniciales en momentos como éstos son los que dictan los destinos y la conciencia sobre el rumbo de la vida.
Nos creemos muy poderosos, incluso algunos, un poco ingenuos, aseguran tenerlo todo bajo control, creemos estar 100% protegidos, blindados (en nuestra zona de seguridad y confort), pero sobra explicar porque esa afirmación carece de veracidad. Lo repentino, los fenómenos naturales nos hacen frágiles y es entonces cuando la vulnerabilidad del ser humano se pone de presente y nos llama a re-odenar las prioridades de la vida.
Podemos tener nuestras finanzas organizadas, el viaje de nuestros sueños listo, pero nadie puede detener un evento natural. Llega cuando menos nos lo esperamos, nos coge en frío, desprevenidos, poco preparados. Ninguna palabra más apropiada que nos cambian la vida de manera súbita, eso cuando salimos bien librados.
No hay nada seguro y nada más equivocado que creer que somos inmortales e imperturbables. Cada cierto tiempo suceden episodios que nos hacen valorar y agradecer lo que tenemos hoy en nuestra vida, el estar vivo, la familia, el poder levantarse al otro día.
Alguna vez le escuché a un compañero de trabajo hablar de epifanías, cosas fortuitas que te cambian el camino. Un temblor puede ser una suerte de epifanía, pues en el instante que sucede vuelves a pensar a cosas que antes no pensabas. La mía es vivir en el presente, valorar lo realmente importante, tener perspectiva apegada de mis valores. Si algo hubiera pasado, qué me habría llevado; a qué le debo ponerle más atención.
A qué tengo que meterle acelerador; en quienes pensé en medido del temblor; a quienes llamé; qué era lo importante en ese momento. Válido meterle muchas horas a producir y generar cosas que se cambian por dinero, pero debemos mirar los relojes del entorno social.
Vivimos detrás de cosas, nos preocupamos por asuntos que quizá nunca sucedan y le regalamos tiempo valioso de nuestra vida y día a día a asuntos que no son trascendentales, pero que si nos sacan del momento presente. Alguien una vez me dijo “el pasado ya se fue, el presente es un regalo y el futuro es un incierto” y es que no hay nada más cierto. En fin: vivir en el presente, valorar lo realmente importante, tener perspectiva.