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Tengo la impresión que después del “balconazo” nadie quedó satisfecho. Ni siquiera la primera dama y su preciosa hija que no ocultaron el aburrimiento en la inmarcesible plantoneada. No creo que el Presidente, cuya debilidad por auditorios concurridos es de todos conocida, haya quedado satisfecho con una convocatoria que no llenó sus expectativas. Tampoco debió quedar tranquilo ese círculo estrecho de todo Gobierno, donde solo se permiten frases de aprobación. Pero lo grave es que el país quedó en una especie de suspenso, como esperando que el escritor de Palacio, Gustavo Bolívar, suministrara el guión de “Sin reformas no hay paraíso”. Eso no sucedió y se espera otro “balconazo” o algún hecho relevante que indique para dónde vamos, pues sin lugar a dudas, la incertidumbre sigue siendo el sino del nuevo país. Los ministros alineados, por órdenes superiores, en las gradas de Palacio, tampoco generaron tranquilidad, pues era fácil ver en su ceño las diferencias ideológicas y conceptuales que mantienen.
Los anuncios fueron perentorios y no midieron los riesgos de su efecto en el Parlamento. Las reacciones de la academia, de los actores de la salud, de los expresidentes, de los opinadores, no han sido las más receptivas frente a las aparentes imposiciones de Palacio. Es protuberante la falta de una formulación más técnica y menos política que genere un mejor clima para el trámite exitoso de lo propuesto, en función del bienestar de todos los colombianos, razón última de la naturaleza del Estado. No hay un buen ambiente político, porque teniendo Petro un amplísimo margen de maniobra, probado en el trámite de la tributaria, insiste en enjabonar la cornisa que transita, gastando un capital de difícil recuperación.
El clima económico tampoco es propicio. El propio Presidente ha dicho, con cifras, que el crecimiento es una mentira, y coincide su apreciación con la de economistas que lo interpretan como efecto rebote a la caída del 2020, de la cual no nos reponemos ni nos vamos a reponer, en el corto plazo, pues todo indica que nuestro crecimiento bordeará abismos de recesión cercanos a 0,2%. La inflación no cede, pese a las tasas que maneja el Emisor y pese a que, Estados Unidos, nuestro mayor referente comercial, ya muestra una inflexión en la curva.
También hay que decir, aunque no agrade al gobiernismo pétreo, que a la inflación se suma nuestra devaluación aguda. Ese 24,5% obedece en parte a factores externos, pero más de la mitad de esa cifra, en concepto de los especialistas, obedece a factores internos que tienen que ver con la incertidumbre, las políticas energéticas, las reformas, Ecopetrol, la salida de capitales y la confianza inversionista, mantenida a contrapelo por el ministro Ocampo que afortunadamente muestra decisión de recortar el déficit fiscal, estimular la inversión sin negar la transición energética, amén de restablecer la regla fiscal, pues es innegable el temor a un desborde del consumo ante los buenos resultados de los recaudos.
Ojalá el efecto del “balconazo” se diluya, cuando se inicie en el Congreso de la República el estudio de las reformas que el Gobierno del cambio desea, propiciando el debate, respetando el disenso y las diferencias, y eliminando ese lenguaje provocador que solo genera reacciones inconvenientes e innecesarias.